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Sitio. La madrugada de este domingo 18 de agosto se registró el violento hecho.Luis Cheme

Ataque con fusil en un barrio del norte de Esmeraldas deja cuatro muertos

Sicarios llegaron en un vehículo al sector conocido como Tripa de Pollo. Hay diez personas heridas

En la misma mesa donde la madrugada de este domingo 18 de agosto Juan Quiñónez repartió naipes entre risas y chistes, solo quedaba una vela encendida, consumiéndose lentamente. Su luz parpadeante iluminaba los rostros desencajados de quienes fueron sus compañeros de juego, ahora sumidos en el silencio y la tristeza. A sus 72 años, Juan, un hombre sencillo, disfrutaba de sus noches rodeado de amigos en el barrio 26 de junio, más conocido como Tripa de Pollo, en el norte de Esmeraldas. Pero la madrugada, una bala perdida terminó abruptamente con su vida y con la de otras tres personas en una brutal masacre con fusil.

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Era una noche tranquila en Tripa de Pollo, un barrio recóndito en el norte de Esmeraldas que, como tantas otras veces, se envolvía en la calidez de sus propios ruidos. Las carcajadas de una fiesta de cumpleaños inundaban las estrechas calles, el sonido de la música llenaba cada rincón.

A las 2:30 de la madrugada, la vida del barrio cambió para siempre. El primer disparo se escuchó como un trueno, seguido de una ráfaga interminable. Los pistoleros habían llegado al barrio, desatando el caos y el terror. Los sonidos de las balas se confundían con los gritos de desesperación y el estallido de vidrios rompiéndose. La música de la fiesta se apagó repentinamente, reemplazada por el eco de la violencia.

Dentro de la casa de Juan, la calma se evaporó en un instante. Los naipes cayeron de sus manos cuando una bala atravesó la pared, golpeándolo en el pecho. Su cuerpo, que momentos antes se balanceaba con energía en su silla, quedó inmóvil, desplomado sobre la mesa. La sangre comenzó a empapar las cartas y se derramó lentamente sobre el suelo de cemento. El grupo de amigos, en estado de shock, no pudo hacer más que ver cómo la vida de Juan se apagaba en cuestión de segundos.

"Estábamos jugando, riéndonos como siempre, cuando de repente todo cambió", cuenta Roberto, uno de sus compañeros de juego. "Escuchamos los disparos, pero no pensamos que nos alcanzaría a nosotros. Juan cayó frente a mí. No pudimos hacer nada, fue tan rápido...".

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Según testigos, los sicarios iban por un objetivo que se encontraba en un fiesta de cumpleaños que se desarrollaba en una de las viviendas del sector, pero al abrir fuego las balas cayeron a otros invitados.

La escena fuera de la casa era aún más espantosa. Los sicarios habían llegado en un vehículo tipo taxi y en dos motocicletas como escoltas, portando fusiles de alto calibre. Apuntaban a todos los que se cruzaban en su camino, disparando indiscriminadamente. Las balas llovían sobre las calles del barrio 26 de junio, perforando carros, ventanas y cuerpos por igual. Los gritos de los vecinos eran desgarradores, mientras corrían buscando refugio, muchos de ellos sin éxito.

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"Era como una pesadilla de la que no podíamos despertar", relata Rosa, una vecina que presenció el ataque desde la ventana de su casa. "Yo estaba en mi cuarto con mis hijos. Cuando escuché los disparos, me tiré al suelo y solo podía rezar. Los gritos afuera eran horribles. Vi a la gente caer, como si fueran muñecos. No supe si estábamos vivos o muertos hasta que finalmente los disparos cesaron."

El amanecer en el barrio

La mañana del domingo, el sol salió sobre un barrio desolado. Las huellas de la masacre estaban por todas partes. Los casquillos de bala permanecían regados sobre el asfalto, que ahora estaba teñido de sangre. Los carros estacionados a lo largo de la vía exhiben orificios de disparos, como cicatrices permanentes del horror vivido. Zapatos abandonados, tirados al azar en medio de la calle, marcaban los lugares donde las víctimas cayeron, como monumentos silenciosos de una tragedia que el barrio jamás olvidará.

Cuatro personas perdieron la vida esa madrugada en la Tripa de Pollo. Juan Quiñónez fue una de ellas. Su cuerpo, ya sin vida, fue cubierto con una sábana blanca mientras el barrio observaba en silencio. A su alrededor, más de diez personas resultaron heridas, muchas de ellas luchando por sobrevivir en los hospitales locales, con diagnósticos reservados. El cumpleaños que se celebraba en la cuadra se había convertido en una pesadilla de la que nadie parecía poder escapar.

El informe de la Policía

El informe preliminar de la Policía indicaba que los sicarios, movidos por venganzas o ajustes de cuentas, habían llegado al lugar con la intención de sembrar el terror. La frialdad con la que dispararon a diestra y siniestra dejó claro que no había inocentes para ellos. Las balas encontraron su camino hacia todo lo que estuviera en su trayectoria.

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"Escuché los disparos desde mi casa y salí corriendo hacia la fiesta", relata María, una vecina que asistía a la celebración. "Cuando llegué, vi a mi primo tirado en el suelo. Tenía una herida en el abdomen y apenas podía respirar. Intentamos llevarlo al hospital, pero no llegó a tiempo...".

El barrio 26 de junio, conocido por su resistencia y su espíritu de comunidad, ahora estaba roto. El miedo se había instalado en cada rincón, en cada mirada. Las puertas, que antes se mantenían abiertas como símbolo de confianza entre vecinos, ahora están cerradas. Nadie sabía cuándo la violencia volvería a golpear sus puertas, pero todos sabían que la amenaza estaba siempre latente.

Para Juan Quiñónez, la última jugada llegó de manera inesperada, en una madrugada en la que la muerte se disfrazó de balas y sembró el terror en un barrio que aún lucha por entender lo sucedido.

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