El baile del danzante, tradición que se transmite de generación en generación

Días previos al desfile del danzante autóctono, en los campos se escucha el sonar del tambor y el pingüillo, música que acompaña a los agricultores en sus actividades diarias. Durante el desfile del danzante autóctono, las calles de Pujilí se llenan de color y música. Los danzantes autóctonos encabezan la procesión, seguidos por comparsas que pertenecen a las comunidades indígenas. Este año, 35 comunidades participaron en las festividades.

El danzante viste de blanco, con una falda y un penacho con vistos de colores que tienen espejos, tiene un cabello con plumas, la imagen del niño de Isinche en el centro y espejos. Sus rostros están cubiertos por caretas de alambre que imposibilita conocer su identidad.

Es el personaje que propicia la lluvia y la siembra, es la confraternidad con los pueblos cuando vienen las cosechas. Esa es la alegría que tienen las comunidades porque existe el pan, los productos para compartir, para transmitir valores que vienen desde tiempos milenarios atrás.

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Julián Tucumbi es una de las personas más antiguas que organiza a los danzantes y ha sido parte de esta tradición durante 65 años. Su familia, junto con el grupo indígena de música y Danza de los Tucumbis, ha mantenido viva esta herencia cultural por 65 años.

“Todavía tengo que participar”, dice Julián, enfatizando la importancia de continuar con la tradición para que no se pierda. Su familia, incluyendo hijos y nietos, se une a él en esta tarea, asegurando que el legado de los danzantes se mantenga vibrante para las futuras generaciones.

Los danzantes, figuras claves en esta celebración, agradecen a la Pachamama (madre tierra) y al Taita Sol (padre sol) por la fertilidad y las cosechas, integrando elementos de la cosmovisión andina en un contexto cristiano.

Las comunidades indígenas de Pujilí han sabido integrar la solemnidad cristiana del Corpus Christi con sus propias tradiciones ancestrales, creando una celebración única que atrae a visitantes de todo el mundo. A través de generaciones mantienen vivas sus costumbres y creencias, adaptándolas a los cambios sin perder su esencia.

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La fiesta del danzante autóctono se complementa con la entrega de los castillos y jardines que se convierten en un huerto natural que muestra la riqueza de las parroquias del cantón. Aquí se puede apreciar la diversidad de frutas y productos que son tomados por todos los ciudadanos que acuden a este lugar.

Este año el barrio Rosita Paredes de Pujilí se vistió de tradición con la celebración de la entrega de los castillos y los jardines. Un total de 90 castillos donados por los diferentes barrios e instituciones fueron ubicados desde las 04:00, al igual que los jardines donados por los representantes del mercado y las plazas de la localidad.

Mireya Cruz, directora de gestión ambiental y encargada de la comisión del recibimiento de los castillos del Municipio de Pujilí, explicó que 40 de los castillos fueron donados a instituciones como el Cuerpo de Bomberos, el Patronato Municipal, la Policía Nacional, el distrito de salud, entre otros.

La tradición, que se remonta a tiempos pasados, consiste en que los ciudadanos se suban a los castillos para recoger lo que necesiten. Los 50 castillos destinados al pueblo contenían plásticos, telas, ropa y víveres, muchos de los cuales fueron donados por comunidades y sectores locales. "Es una tradición que la gente espera con ansias cada año", comentó Cruz, mientras observaba cómo los últimos detalles se ajustaban para la apertura al público.

Cada año, la tradición moviliza a una gran cantidad de personas y recursos, fortaleciendo los lazos comunitarios y ofreciendo un espectáculo único que combina la devoción y la solidaridad.

Tradicionalmente, al escuchar la banda, la gente derriba las vallas e ingresa a la plaza para participar en la actividad. Este año no fue la excepción. Cuatro jardines, preparados por comerciantes de diversas plazas y del mercado, complementaron la oferta con productos locales y de la costa, especialmente del Tingo la Esperanza.

Una vez que se abren las vallas donde estaban ubicados los castillos, la gente corre despavoridamente y tomaba todo lo que estaba a su paso, incluso existen golpes entre los asistentes.

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