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Percusión y herencia afro: El refugio cultural que transforma vidas en Esmeraldas
Las nuevas generaciones con marimbas y bombos expresan su amor al arte
En el taller de percusión del Centro de Arte Popular Raíces del Pacífico en Esmeraldas, niños y jóvenes preservan la herencia afro a través de la música, encontrando en ella un refugio y una forma de expresión cultural.
En el vibrante taller de percusión Raíces del Pacífico, el aire se llena de una energía palpable, como si cada rincón del espacio estuviera impregnado de ritmos ancestrales. La luz del sol se filtra a través de las ventanas de un salón de la escuela César Nevil Estupiñán, iluminando las marimbas y bombos que esperan ser tocados, mientras los sonidos resuenan como olas del mar que rompen en la orilla. Aquí, en este refugio cultural, niños y jóvenes se sumergen en el arte de la percusión, guiados por la sabiduría de sus maestros y la herencia de un pueblo que ha hecho de la música su voz.
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El taller es un bullicioso 'lugar de creatividad'. Kevin Cabezas, un niño de 11 años, se sienta frente a su marimba con la concentración de un artista consumado. Sus manos se mueven con agilidad, tocando piezas como 'andarele', 'fabriciano' y 'La caderona'. "Mis papás me traen aquí para que conozca mi cultura", explica Kevin, mientras su rostro se ilumina con una sonrisa de satisfacción. En sus ojos brilla el deseo de aprender, de ser parte de una tradición que ha resonado en Esmeraldas por generaciones.
El sonido de la marimba es cálido y envolvente, como un abrazo que envuelve a todos los presentes. Cada golpe en la madera es un eco de la historia, un susurro de los ancestros que se transmite a través de las generaciones. Las notas, marcadas con pequeños papeles de colores, brillan bajo la luz, como si cada color contara una historia. Las hermanas Estefanía y Narcisa Quiñónez, igualmente entusiasmadas, se suman al coro de sonidos, buscando el equilibrio perfecto en su marimba cromática de dos teclados.
Mientras los niños tocan, el sonido del bombo se une a la melodía, resonando con la fuerza de un corazón que late al compás de la vida. Cada golpe trae del pasado la historia que los rodea, un canto a la resistencia de un pueblo que ha luchado por mantener viva su cultura. En el taller, los ecos de la tradición se entrelazan con las aspiraciones de una nueva generación, creando una sinfonía de vida que resuena en cada rincón.
LA HERENCIA CULTURAL
La historia de la percusión en Esmeraldas no se puede contar sin mencionar a los grandes maestros que han dejado su huella. Ecolástico Solís, conocido por su marimba sonora, y Remberto Escobar, un ebanista de renombre, han sido pilares en la preservación de la música afroesmeraldeña. Sus nombres son reverenciados en cada rincón, y su legado vive a través de cada nota que resuena en el taller.
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El Centro de Arte Popular Raíces del Pacífico no solo se dedica a enseñar música; también es un espacio donde se preserva la cultura afroesmeraldeña. Aquí, los jóvenes aprenden no solo a tocar, sino a entender el significado profundo de cada ritmo, de cada melodía. Las clases son un viaje hacia las raíces, donde cada nota se convierte en un hilo que conecta a los estudiantes con su historia y su identidad.
Fundado por Gower Torres y Marjorie González, el Centro de Arte Popular Raíces del Pacífico ha sido un faro de esperanza en una ciudad que enfrenta desafíos significativos. Este espacio, que ha servido de semillero de nuevos talentos durante 18 años, nació del compromiso de un grupo de gestores culturales afroesmeraldeños.
La creación del Centro fue una respuesta a "la necesidad de mantener viva la herencia cultural afroesmeraldeña y hacer frente a las problemáticas que atraviesan los niños y adolescentes de esta provincia, especialmente relacionadas con la violencia y la falta de oportunidades", asegura Gower Torres.
El saxofonista y presidente del Centro, observa con orgullo a los jóvenes que se esfuerzan por aprender. "Nuestra misión es difundir y preservar las expresiones culturales de nuestro pueblo", dice, mientras los ecos de la música llenan el espacio. Marjorie González, directora y fundadora, se encarga de la parte coreográfica, asegurando que la danza y la música vayan de la mano en la celebración de la cultura.
Los talleres están dirigidos principalmente a los niños y adolescentes del sur de Esmeraldas, donde se encuentran los barrios más conflictivos de la ciudad. En lugares como Codesa y La Florida, donde la violencia y la falta de oportunidades son moneda corriente, el Centro se convierte en un oasis de creatividad y aprendizaje. Aquí, los jóvenes pueden soñar con un futuro diferente, donde la cultura y el arte son herramientas para la transformación.
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Cada día, el taller de percusión se convierte en un escenario donde los ecos del pasado se entrelazan con las aspiraciones de una nueva generación. Los sonidos de las marimbas y los bombos se mezclan como un río caudaloso que fluye hacia el mar, llevando consigo las historias de un pueblo que se niega a ser olvidado. Las risas y los murmullos de los niños crean una sinfonía de vida que resuena en cada rincón del Centro.
Mientras los jóvenes se sumergen en el aprendizaje, se sienten parte de algo más grande. Cada nota que tocan es un paso hacia la preservación de su cultura, un acto de resistencia ante las adversidades. En este espacio, la música no solo se enseña; se vive, se siente y se celebra. Los ecos de la historia y la tradición se entrelazan con las aspiraciones de una nueva generación, creando una sinfonía de vida que resuena en cada rincón del Centro.
Sin embargo, la labor del Centro no está exenta de desafíos. La violencia en los barrios aledaños y la falta de recursos son obstáculos que enfrentan día a día. "Queremos que estos niños tengan una oportunidad", dice Marjorie, con la determinación de quien ha visto el impacto positivo que la música puede tener en la vida de los jóvenes. "La música es una forma de escape, una manera de soñar con un futuro mejor".
Los talleres no solo son un espacio de aprendizaje, sino también de sanación. A través de la música, los jóvenes encuentran una salida a la violencia y la desesperanza que a menudo los rodea. Aprenden a expresar sus emociones, a canalizar su energía en algo positivo. Cada clase es un momento de conexión, un refugio donde pueden ser ellos mismos y descubrir su verdadero potencial.
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