Ayuda para gatitos rescatados en Quito
La Fundación Mininos Felices debe pagar una deuda de 16.000 dólares por servicios veterinarios, se necesitan donaciones para continuar con su labor
Por donde quiera que se vea, hay un gato cruzándose en una vivienda ubicada en Tumbaco, en el nororiente de Quito. Unos gruñen, otros olfatean, pero la mayoría de los 264 animalitos se acerca para recibir caricias.
- Hornado solidario. Para recaudar fondos hoy habrá un hornado en las avenidas de los Pinos y los Cipreses, con agrupaciones musicales y sorpresas.
Esta es la sede de la Fundación Mininos Felices, que se ha dedicado desde hace 10 años a rescatar a estas mascotas de situaciones difíciles. “Ha habido algunos a los que no hemos podido salvar”, dice Lorena Romero, representante de la entidad.
Ella empezó a adoptar gatos hasta que en su casa hubo 18. Entonces creyó necesario hacer de su pasión una forma de ayudar más directamente a esta población animal. Por ello ahora alquila una casa en el nororiente de Quito, para que los felinos tengan el espacio suficiente para rehabilitarse. Solo en ello se invierten 750 dólares.
En esta labor se necesita de servicios veterinarios, medicinas y comida especial para la mejor recuperación de enfermedades. Solo en veterinaria, la fundación debe alrededor de 16.000 dólares. Por lo que organizaron un hornado solidario hoy sábado 14 de agosto.
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Leer másAlgunos de los felinos tienen padrinos, es decir, personas que entregan dinero para sus necesidades o incluso les pagan sus gustitos. Aun así, no alcanza para todos.
Esta casa también es el refugio de doce gatos leucémicos que necesitan de comida especializada, medicamento y cuidados prioritarios. “Tampoco los podemos tener con los demás”, agrega la encargada.
Ellos están aislados, pues el cáncer que padecen es producido por un virus, según su cuidadora. Se mantienen quietos, no juguetean, ni corren. Tampoco tienen cura, pero al menos tendrán cariño y comida por el tiempo que les quede de vida en el refugio.
Lorena comenta que “ellos viven menos, podemos solo darles cuidados paliativos”.
Cada grupo tiene su propio cuarto, pues tienen necesidades distintas. Están divididos en los neonatos, gatitos abandonados al nacer o que nacieron en el refugio, porque los dueños de sus mamás las echaron a la calle al verlas preñadas.
Las habitaciones están ordenadas, en cada puerta hay un letrero. En el espacio de los ferales hay que detenerse para recibir instrucciones: “No tocarlos, no acercarse demasiado, no hacer movimientos bruscos o que los asusten”.
Allí habitan unos diez ejemplares que solo obedecen a la voz de Lorena, pues son, en pocas palabras, salvajes. “Ellos son los más rechazados porque la gente no los entiende. Pueden morir de hambre”.
Mininos Felices
Por otro lado, está el cuarto de los más delicados. Allí está Fe, una gatita de unos seis meses de edad que arrastra su cadera cuando se mueve. Ella fue atropellada en el sector de La Rumiñahui en febrero pasado y esperó seis horas por ayuda.
Día del gato
Leer másAhora usa pañal y poco a poco ha ido recuperando la confianza en los humanos. “Por eso le pusimos ese nombre, pensamos que no salía (viva) y sobrevivió”, relata Lorena.
En medio de la manada Ángel, un gato gris, se golpea en las paredes. Aún no termina de orientarse luego de que alguien lo hiriera con clavos en sus ojos. Como resultado, perdió ambos globos oculares.
Las historias son variadas, tanto que en el sitio hay dos perros, un conejo y dos gallos también rescatados de la indolencia humana. “A Muñeca (una perra) la violó un humano y nos costó que vuelva a acercarse a uno”, concluye.
Esta rescatista ha visto la crueldad en sus horribles formas: animales sacrificados, empalados, con orejas cortadas, lanzados del cuarto piso, macheteados... La lista es larga y dolorosa para quien escucha.
“La gente es más cruel con los gatos y sus casos son invisibilizados”, lamenta Lorena, afligida por el recuerdo.