El catzo, parte de la cultura gastronómica de la capital
Este escarabajo sale entre septiembre y octubre, cuando empiezan las lluvias. Por lo general se lo prepara con tostado. Lo atrapan en la madrugada
Luis Quilumba se despertó a las 4:30 de la madrugada. Se puso un calentador, dos chompas, sus botas de caucho y agarró un balde blanco antes salir de su casa. A pesar del frío, él debía cumplir una misión imposible de postergar: llegar a un terreno fértil para atrapar catzos.
Pedaleando sobre plástico
Leer másLa tarea no era sencilla. A esa hora todavía no había buses, por lo que tuvo que caminar durante veinte minutos para llegar a Veintimilla, al norte de Quito. En ese lugar, junto al río Monjas, hay varios espacios ideales para buscarlos.
Así que, acomodándose una gorra blanca que usó para evitar peinarse, el hombre de 66 años empezó el pequeño viaje.
Ya en su destino se encontró con otras diez personas. Un breve saludo fue suficiente para romper el hielo, ya que todos sabían a lo que iban. Por tanto, bien abrigados y portando sus frascos para poner los catzos, empezaron a caminar por los terrenos.
Al principio, se ayudaron con las linternas de los celulares, pero a medida que la luz natural iluminaba el lugar, dejaban de lado la tecnología y se apoyaban en sus sentidos. Después de todo, así fue más divertida esa aventura de media hora.
Cerca de las 05:50 pararon. Se rindieron. En esta oportunidad no hubo tanta suerte y unos siete catzos, entre todos, fue el premio consuelo.
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Leer másQuilumba, algo decepcionado, dijo que con eso no podría contentar a sus nietos, quienes le animaron a salir. “Ayer hubo mucho trueno. Eso les espanta. Hace dos días sí agarré como 30”, dijo con tristeza. “Así hay días, al final, no hay una ciencia exacta”, confesó.
Desde los 9 años que él ha salido a buscar estos escarabajos comestibles, ha identificado las señales básicas. “Salen entre septiembre y octubre, desde las cinco de la mañana, hasta máximo las seis. El día anterior debe llover, pero no mucho. Si hay truenos se complica. Si está lloviendo en la madrugada tampoco salen. Los terrenos ideales son de césped, por eso también sirve ir a buscar en canchas de fútbol”, son algunas de sus claves.
Esta actividad es muy común en la capital. Mario Encalada, por ejemplo, lleva más de 40 años saliendo en las madrugadas. “Mi madrecita, que en paz descanse, me inculcó esta actividad. Me gusta mucho ir y el sabor es bueno, tanto que ahora mi hija pequeña, Vanessa, me acompaña”, contó.
La tradición es comerlos con tostado, pero él una vez se animó a prepararlos con arroz. “Quise probar algo nuevo y no me arrepiento. Quedó bien. Sí lo voy a repetir”, dijo.
Édison Pilatuña es otro amante de los catzos. “Desde chiquitos nos enseñaron a madrugar. Mis bisabuelos salían a buscar estas delicias. Recuerdo que antes no teníamos las linternas y todo era al tacto. A veces se nos metían espinos o nos caíamos por tratar de atraparlos”, aseguró sonriendo.
Para él, las madrugadas son más divertidas con los suyos. Gracias a que sus padres y tíos gustan del proceso, suelen armarse reuniones familiares mientras alistan este alimento.
La preparación también depende del gusto de cada uno. Hay quienes prefieren conservarlos vivos durante un día, comiendo harina para que engorden. Hay otros que los alistan de inmediato. Les sacan el caparazón, las alas y las patas y los fríen en su propia grasa, con algo de cebolla blanca.
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Leer másLos catzos son tan bien recibidos en la capital, que algunas personas se dedican a su venta, ya sean vivos o preparados. Claro, depende de la suerte que tuvieron al buscarlos.
“Antes salían muchísimos, pero cada vez hay más casas y, por consecuencia, menos espacios para buscarlos. No le miento si le digo que antes se atrapaban por cientos. Ahora, toca conformarse con menos”, concluyó Encalada.