Quito: el centro con sus caras ocultas
Habitantes de la noche han hecho de espacios del centro su habitación, su baño, su refugio. Ocupan el sitio de juego de jubilados o comerciantes
Como una moneda, el casco colonial de Quito exhibe sus dos fachadas. En la mañana se pinta de comercio, vida y aparente orden, pero en la noche, la realidad es otra. Gente en situación de calle hace de plazas, veredas y otros rincones, habitaciones de paso y baños públicos.
En el día es uno y en la noche se transforma. Ante el sol luce limpio, concurrido, admirado. Pero cuando la oscuridad cae, la suciedad, desolación y mendicidad lo ahogan. Es el Centro Histórico de Quito.
Uno que entre sombras esconde algo más que historia. Y en sus plazas, veredas, pasajes, o en cualquier rinconcito colonial, covachas, “cuartos móviles” y urinarios, habitantes de la noche (foráneos o nacionales), jóvenes, viejos, hombres, mujeres... se instalan.
Esta “obra única y trascendental”, como la describió la Unesco, cuando la galardonó como Patrimonio Cultural de la Humanidad, en 1978, por conservar en perfecto estado casi 130 edificaciones culturales, hoy en día, más allá de transpirar cultura, emana desorden.
El Centro Histórico suma intentos para reactivarse
Leer másLo dice María Alajo, comerciante formal de dulces. Hace 10 años, desde la esquina de las calles García Moreno y Chile ha padecido esta realidad. Y que cada mañana, para enfrentarla se arma con desinfectante, detergente en polvo y una escoba para limpiar “paredes y pisos ajenos”. Coloniales, pero ajenos. Pero también lo hace para no ahogarse en la pestilencia de los orines que dejan algunos que por las noches confunden a su esquina de trabajo con un baño público.
El tiempo transcurre junto a las 282.000 personas (población flotante) que a diario circulan por el sector. La gente entra. Sale. Compra. Vende. Come. Curiosea. O solo camina. Y los negocios hacen juego con la algarabía. Ofrecen desde dos blusas por cinco dólares, hasta trajes sastre hechos por diseñador, y a la medida del cliente.
19:00. Los telones de metal de los negocios caen. El día está próximo a morir. Las calles se visten de desolación, pero no tanto. De pronto, en parejas, solos o en grupo, aparecen.
Buscan algo. Pernoctar. Salvar la noche. Jackson Torres y su esposa Yurley Molina cuentan que para pasar una noche solo necesitan un pedazo de suelo patrimonial, ojalá entre dos paredes, para que el frío no los tasque tanto, porque el abrigo que le dan sus dos cobijas lánguidas no es suficiente.
Llegaron hace seis meses al país, desde Venezuela. Buscaban días mejores. Pero la vida no les sonrió como esperaban. Ellos son dos de las 700 personas que viven en condición de calle, según cifras del Patronato San José, y que hacen del centro su habitación privada, al menos por unas 10 horas, mientras el reloj marca las 06:00 del siguiente día.
Desde las 20:00, la misión de búsqueda de un espacio para acomodar su cama portátil que carga dentro de una mochila vieja se activa. Para él, lo peor de la calle no es la frialdad con la que convive en las noches, sino la dureza de la gente, de la que solo recibe rechazo y desprecio, agrega.
“Si te despertaste al pie de un negocio, los dueños te miran como apestado. En lugar de ayudar solo insultan y te sacan a escobazos. Los policías son iguales. Antes de las 07:00 ya se debe salir de donde te cogió la noche para evitar estas cosas”.
El recorrido sigue. El silencio abraza la noche. Y a una veintena de jubilados que, en la plaza Sebastián de Benalcázar, a pocos pasos del complejo de Carondelet, se reúnen, se unen y se concentran… en la partida, en el juego, en las jugadas, en los jugadores, en los naipes, en el rumy. Que llegan desde las 13:00 y se alzan a las 19:00, se escucha entre los asistentes. Héctor cuenta que para entrar al juego se necesita “invertir” 25 centavos. Y que si tienes suerte y maña, ganar entre 5 y 25 dólares podría ser la mejor realidad antes que la noche les pinte.
Algunos se conocen. Otros se reconocen. Saben que son vendedores informales de la zona. Militares o policías retirados. O jubilados. Y que llegan desde los cuatro puntos cardinales solo para tentar al azar.
Lo único que no saben es que sobre ese espacio que por unas horas ocupan, para apostar, reír, alardear, gritar, insultar o tan solo divertirse; otros, a lo mejor uno, o tres personas en situación de calle, lo transformarán en la mejor versión de su habitación. Héctor, de 61 años, y Julio, de 75, solo saben que llegaron para liberar el estrés.
Ayuda
Congregaciones religiosas, ciudadanos y fundaciones asisten con alimentos a quienes no tienen un hogar y pernoctan en el centro.
Cifra. 700 personas en situación de calle existirían en el centro histórico, según los datos del Patronato San José del Municipio.
Actividades
La noche transforma el casco colonial
Cansancio y soledad
Con colchones viejos, que guardan en negocios aledaños al sector, los habitantes de la noche se guarecen del cansancio, frío y soledad, debajo de los pasillos cubiertos que están en la casa de Sebastián de Benalcázar, un colonizador que al menos por esa noche será colonizado.
Después de instalar su cama, en la mejor esquina del lugar. Un hombre se acomoda. Se acurruca. Entre viejas y sucias cobijas. El sueño lo tumba. Seguro es el cansancio. O quizás la necesidad. De huir. Al menos cuando cierra sus ojos, de esa realidad que le tocó enfrentar. Ya mañana será otra travesía.
Un sitio concurrido
El Centro Histórico es uno de los sitios más concurridos para pasar la noche por personas en situación de calle. Los puntos de mayor incidencia son: Santo Domingo, el Colegio Mejía, La Basílica o los pasillos de la casa del conquistador español Sebastián de Benalcázar y Chile, también lo hacen en las bancas de la Plaza Grande o escalinatas de iglesias.
Esta zona es de mayor acogida por los habitantes en condición de calle por la presencia de congregaciones que les entregan comida, en días específicos. Hay también la ruta por la que atraviesan madres con sus hijas que regresan a sus casas tras terminar la venta de humitas, tamales, café, sánduches, avena y otras bebidas. Pasadas las 19:00 Esperanza atravesó la Plaza de la Independencia cargada de recipientes vacíos. Se dirigía al playón de la Marín para dirigirse al sur luego de terminar los productos que empezó a las 15:00.