Quito

Casas de acogida
A las 06:00, el día empieza en el Hogar Comunidad Calle. Hasta junio ha recibido a 1.166 personas. Con otras casas suman 3.303 huéspedes.Foto: Gustavo Guamán / Expreso

Una cama y comida tienen habitantes de la calle, en hogares temporales en Quito

Las personas que no tienen dónde dormir suelen pasar la noche en terminales terrestres y los alrededores de UPC

Una toalla, que cubre sus hombros y con la que se seca la cola de caballo mientras conversa; un jabón y un perfume de un dólar. Eso compra con sus ganancias María del Pilar Nieto, de 53 años. Si no fuera por la cama que le ofrecen en el Hogar Comunidad de Calle, del Patronato San José -cuenta- seguiría pretendiendo que espera en la Unidad de Flagrancia.

En ese espacio del centro norte de Quito pasó las noches, por un año, luego de que la expropiaran de su vivienda en Carapungo. La guayaquileña está sola en el mundo, pese a que sus tres hijos, de entre 38 y 28 años, viven en su natal Guayaquil. Vende galletas. Es una de 91 personas que han logrado tener un lugar en una de las casas de acogida del Municipio.

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Jonathan, de 38 años, se siente bendecido por poder dormir, bañarse y comer en esta casona de las calles Rocafuerte y Chimborazo, en un centro que no conocen los turistas. Es bajito, tiene golpes, cortes y quemaduras en su rostro, producto de una paliza, cuando lo descubrieron robando, años atrás. Su gemelo fue asesinado y él salió de prisión tras acogerse a una reducción de la pena por homicidio. Vende fundas, procura evitar el cemento de contacto, el ‘polvo’ y el licor, para reunirse con su hija de 6 años y su pareja.

Los vecinos alertan 

Quienes viven en esta comunidad saludan a Justin Sánchez, coordinador de servicios sociales de Habitantes de Calle. Está a cargo de servicios de alojamiento temporal como este, dirigido a personas en situación de pobreza y pobreza extrema. Los trabajadores sociales y psicólogos los encuentran pasando necesidades, luego de recorridos y por alertas de vecinos de El Quinche, Calderón, Guamaní...

Sánchez dice que estas casas de acogida deberían tener 10 camas, pero estar regadas por toda la ciudad. Como Pilar, los habitantes de las calles sortean las implicaciones de no tener techo. Pasan la noche alrededor de iglesias como la Basílica, pero también al pie de Unidades de Policía Comunitaria, terminales terrestres y en el caso de adultos mayores, en bosques como el de Miraflores o en El Panecillo, donde evitan el abuso sexual.

Treinta y seis trabajadores sociales y psicólogos, con chalecos o chompas turquesas, recorren el distrito, en equipos de dos a cuatro personas. Se acercan a puntos en donde han visto a personas durmiendo en las calles. Inicialmente preguntan en tiendas y más comercios de la zona sobre la condición del afectado. Luego se acercan, de forma empática, para indagar por qué está en esa situación y le ofrecen ayuda.

Hogar Comunidad de Calle

El Hogar Comunidad de Calle es como ‘la casa del jabonero’, afirma su personal. También entre sus habitantes temporales hay arquitectos, ingenieros, enfermeros como una señora de casi 60 años, que se quedó sin ingresos al perder su trabajo en la Fundación Mosquera; Jairo Zambrano o Paúl Revelo, magíster en economía y asesor de tesis de grado, desempleados.

Casas de acogida
Se busca reeducar a los usuarios para que se bañen y se cambien de ropa a diario.Foto: Gustavo Guamán / Expreso

En otro espacio, en La Marín, en el Hogar de Vida, Kevin Flores, psicólogo, cuenta que reciben a 20 usuarios, que tienen objetivos más claros: volver a reunirse con sus familias; conseguir trabajo y ser autónomos para dejar la calle. Él recuerda que uno de sus habitantes, de entre 35 y 40 años, salió de ese espacio hace tres meses. Estuvo a punto de suicidarse. Los vínculos con sus hijos se habían roto por el consumo de alcohol y los escándalos. Ahora trabaja como mecánico. Desde el Patronato están pendientes de necesidades de personas como él, por si requieren, por ejemplo, una cocineta, etc.

Un alojamiento temporal

“No es un albergue, es un alojamiento temporal. Hacemos un proceso, las personas trabajan para adquirir habilidades que les permitan relacionarse con su entorno”, explica Flores. Ellos articulan su trabajo con unidades de salud del Municipio y del Ministerio de Salud, como San Lázaro y el Eugenio Espejo, para garantizar la estabilidad de las personas.

En Hogar de Vida hay un espacio separado, con 10 camas, a donde llegan habitantes de calle con problemas de alcohol y drogadicción. Darwin tiene el cabello negro cortito. No ha perdido el acento propio de su Guayaquil; llegó hace 20 años. Cumplirá 40 en septiembre, pero su rostro aparenta más edad. Es el quinto de nueve hermanos, no sabe nada de ellos. Sonríe al contar que compra una botella de puntas, en un dólar y toma con “un poco de vagos”.

En La Marín lo suelen encontrar recostado en la calle. Los trabajadores sociales le preguntan si desea dormir en la casa de acogida. Lo mismo hacen con don Pichucho, de más de 75 años, a quien encuentran como piedra al sol, en San Francisco, antes de las 10:00.

El ritual se repite: se acercan y lo despiertan, le consultan si se encuentra bien y lo invitan a descansar en el Hogar de Vida. Ya los conoce. Llega en la camioneta del Patronato; tambalea por el alcohol, que compra hasta en 25 centavos. La prótesis de una de sus piernas está movida, les dice. Se apoya en una muleta y en los brazos del personal. Pichucho difícilmente dejará el licor, pero acepta sentir el calor de una casa, por unas horas.

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