El Cotopaxi: a Merced de la virgen
La patrona de los cotopaxenses es la única que aplaca la furia del volcán y protege a sus fieles. Hace un siglo ya mostró su poder
“Líbranos de todo mal y peligro. No permitas que caigamos en la desolación. Que no erupcione, por favor. Ayúdanos. Cuídanos, madre mía... Amén”. Repite una y otra vez, todas las mañanas, Martha Robayo, de 72 años.
Ser escuchada por su patrona, la Virgen de los Volcanes o de la Merced, es lo que busca desde el 2015, cuando el volcán Cotopaxi se despertó para robarles el sueño y la paz. Desde entonces, ocho años han transcurrido y su fe sigue inquebrantable. “La muestra de que me ha oído es que no ha reventado el volcán. Ella es muy milagrosa”, asegura.
La cuota de diez rezos se completa y con su mano derecha hace la señal de la cruz en su rostro y pecho. Antes de retirarse, con sus dos manos desgastadas y callosas, enciende una vela blanca como ofrenda para la Virgen. Su estatuilla descansa junto a otros siete santos, acomodados en un vetusto mueble de madera, acomodado en un rincón de la casa que no supera los 20 metros cuadrados.
Vivir con el Cotopaxi: un temido y admirado vecino, a 42 kilómetros de Quito
Leer más“En la necesidad nunca está demás la ayudita de otros santitos. Al final, todos están cerquita de Dios”, alega.
La fe mueve montañas, dice el adagio popular, y aplaca volcanes, completa Mario Tello, otro residente del barrio Santa María, próximo al nevado.
Mientras pasta a tres reses que compró hace unos meses, con un préstamo de 3.000 dólares, de una cooperativa, se incorpora frente al coloso. Tras cinco segundos de un silencio incómodo, rememora lo que vivió en el 2015, cuando evacuó por una posible erupción.
“Ahí la Virgen sí nos ayudó a que no pase nada grave, pero nos olvidamos de pedirle que aleje a los malandros de nuestras tierras. Huí de mi tierrita, vendí mis vaquitas a precio de gallina enferma y me quedé sin nada. Cuando regresé, me habían robado lo poco que tenía y hace un año retorné a mi casa. Ahora que intento reponerme, otra vez este bandido molesta”, lamenta.
Pero... ¿quién es la nombrada patrona de los cotopaxenses, principalmente de los latacungueños, a la que las ofrendas, altares, rezos y procesiones jamás falta?
La historia cuenta que esta santidad marcó un hito en dicha provincia ubicada a 45 kilómetros, sobre el sureste de Quito, en 1742.
En aquel año, una erupción del Cotopaxi se registró y los habitantes ante la emergencia y desesperación realizaron una procesión con la imagen de la Virgen en hombros.
Los registros y la memoria de los pobladores dan cuenta que en ese tiempo la gente elevaba cánticos y rezos solicitando a la “Miche”, como de cariño la llaman algunos, que aplaque la ira del coloso. A cambio celebrarían una fiesta anual en su nombre, la misma que se lleva a cabo el 23 y 24 de septiembre, conocido como la procesión de la “Mama Negra”.
La calma volvió momentáneamente a la zona, hasta el 26 de junio de 1877, cuando nuevamente hubo una erupción de mayor envergadura. Una nueva caminata hacia El Calvario se efectuaba. Fue entonces que, según un cuadro que reposa en el interior de la iglesia de Latacunga, la Virgen de la Merced apareció, movió su mano y detuvo la devastación de una gran parte de la provincia. Ahí nació esta devoción férrea. No hay registros, pero sí evidencias humanas.
Son las 11:00 de un miércoles como cualquier otro. Desde hace tres días no cae ceniza en el barrio Santa María ni en San Agustín de Callo, mucho menos en las otras cuatro comunidades, catalogadas como las de mayor afectación por el centinela de las alturas.
“Nos cobija “la Merceditas” con su manto sagrado. Nos escucha, nos guarda y nos mantiene a salvo. Pese a que han habido emisiones de ceniza, el viento se ha llevado eso para el otro lado, rumbo a Quito, a los valles de allá. Acá ha sido leve. Inofensivo”, relata Magaly Balladares, oriunda de San Agustín.
Sus 37 años los ha vivido aquí, “pegadita al volcán”. Contemplándolo. Escuchándolo rugir cuando se alborota. Y también temiéndolo cuando la noche cae, principalmente.
“Es imponente. Cuando salimos al baño, por las madrugadas, sí da un poco de miedo voltear a verlo, pero con unos rezos a la patrona eso desaparece. Al menos la virgencita es la única que lo reprende y calma. Ella es la madre de todos y como a hijo mismo lo trata”.
Las horas transcurren y las novedades sobre el Cotopaxi no cesan. Nuevos reportes anuncian caídas de ceniza, fumarolas... La incertidumbre late entre la gente y la fe por su patrona se afianza más que nunca, a la espera de un nuevo milagro.
Los feligreses, en septiembre de cada año, peregrinan 32 kilómetros desde el centro de Latacunga hasta el sector donde está la Chilintosa.
Lo que hay detrás de la piedra chilintosa
Cerca de Mulaló, en una zona inhabitada y desolada, una roca de seis metros de alto y 20 de ancho es la más grande evidencia de las dimensiones de la bravura del volcán. Este material llegó hasta este sitio, tras la erupción del coloso, en 1877. Según la leyenda, en ese entonces se observaba cómo una ola gigante de lahares y demás restos volcánicos descendía por ese sector. Esto atemorizó a los habitantes, quienes salieron despavoridos de sus casas. Al siguiente día, una adulta mayor caminó por el sector y observó la piedra gigante. Alrededor permanecían un caballo, un gato negro y un perro. Según los comuneros, la mujer habría tomado al caballo y al perro, pero el gato se esfumó. A partir de esto la gente dice que el felino fue tragado por la piedra. Tiempo después se escuchaban ruidos extraños, canciones que provenían de la roca. Fue entonces que la llamaron Chilintosa y fue lienzo de la Virgen de la Merced.
- 1877 última erupción que registró el volcán Cotopaxi, donde hubo pérdidas humanas, materiales y animales. Parte de Latacunga fue arrasada