El ‘Da Vinci’ de la estética
Álvaro Ontaneda ha atendido a más de 300 personas que han estado a punto de perder extremidades por el cáncer o accidentes
En el pasillo del segundo piso de un hospital ubicado en la avenida 10 de Agosto y Diguja, norte de Quito, un hombre deambula de un lado para otro. Habla con unos, al parecer dando instrucciones.
A las mujeres de blanco que se le acercan les firma unas tablas metálicas parecidas a historias clínicas, y a otros que, como él, también portan una bata blanca con una esquela que dice “doctor fulanito o menganito”, los distingue con un estrechón de manos y un cálido abrazo.
Es Álvaro Ontaneda. 42 años. Cirujano plástico de profesión y desde hace 96 meses un apasionado por la microcirugía. Tras su aspecto sobrio, mirada penetrante y postura erguida se esconde un Da Vinci. Un artista y escultor de cuerpos, de almas y también de esperanzas.
A lo largo de su carrera ha tratado a más de 300 personas. Todas en riesgo de perder sus extremidades o miembros debido a enfermedades, accidentes laborales o de tránsito.
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Leer másTodos sus casos han sido relevantes, afirma. Unos más graves que otros. Pero ninguno tan impresionante como el que atendió el pasado viernes 5 de agosto, en compañía de dos médicos más, de similar ocupación.
Cerca de las 19:00 de aquel día, un niño de 13 años ingresó al quirófano. Su mano derecha estaba desprendida del brazo. Sucedió en un accidente de tránsito, al mediodía, en Machachi, suroriente de la capital. Casi 20 días duraron las intervenciones quirúrgicas y tratamientos especiales para reimplantar la extremidad.
Me siento alegre por el chico de 13 años al que pudimos ayudar. Son casos complejos, pero recuperamos su calidad de vida.
La primera operación duró nueve horas. Retiraron la piel que estaba en mal estado y fijaron el hueso del brazo a la mano. Utilizaron cuatro clavos. Para la segunda intervención se tomaron ocho horas. Aquí, todo el trabajo se lo ejecutó a través de un microscopio con el que se enlazó y reconstruyó una arteria, dos venas, dos tendones para la muñeca, nueve más para los dedos, un nervio mediano y un nervio capital.
El uso de un hilo fuerte y más fino que un cabello fue imperioso para cumplir con el objetivo, pero la experticia y tino de Ontaneda fue clave. El hombre se tardó cerca de 20 minutos, por cada conducto, para devolverle flujo sanguíneo y opción de movilidad a la mano. En cada arteria, vena o tendón realizó cerca de 12 puntos para suturar.
Seis días después, tras estar en zozobra por un posible rechazo a la operación efectuada finalmente se hizo la tercera intervención. Reconstruir la piel de la parte afectada era la meta. Entonces se colocó en la parte lesionada un colgajo -una porción de músculo y piel- de 19 por ocho centímetros, el cual fue extraído del muslo lateral izquierdo del paciente.
10 días después, la mano lucía normal, el flujo sanguíneo retornó y el menor recuperó su extremidad. Con esto, este caso se consagró como el primero llevado a cabo en Quito, en el área pediátrica.
Miércoles, 10:00. Ontaneda no deja de entrelazar sus manos mientras narra este evento. Y súbitamente se encierra en el silencio. Saca su teléfono celular y apoyado en un esfero negro expone lo que parecería su tesoro. Aviva la historia con imágenes que guarda celosamente en el móvil. Sonríe y dice que son sus memorias. Que a más de satisfecho por el trabajo realizado se siente feliz… por el muchacho, por su familia y porque tuvo otra oportunidad.
Entonces suelta que siempre recuerda que con su profesión puede ayudar a otros. Y que disfruta hacerlo, pero aún más verlos recuperados e intactos. “El primer objetivo y fin que tengo es ayudar. Mejorar la calidad de vida, salvando extremidades, devolviendo estética y la función de partes lesionadas e incluso en muchos casos, también salvar la vida de los pacientes”, espeta.
Pero este Da Vinci de la microcirugía también ha sido el maestro de otros. Principalmente de aquellos que libran disputas con el cáncer. Hasta la fecha, el 40 % de sus pacientes llegó por las lesiones provocadas por esta insonora enfermedad que laceró el cuero cabelludo, mamas, piernas, cabeza y también el cuello. En cambio el otro 50 % fue víctima de accidentes de tránsito y el 10 % restante tuvo algún accidente laboral.
Los niños con cáncer lo vulneran más. Y entonces se aflige cuando cuenta que en 2020 atendió a una pequeña de ocho años. Tenía un tumor en la mitad de la frente que le separaba los ojos y le deformó la nariz. No se explica por qué es tan agresiva una enfermedad tan discreta, pero previo a mencionar el desenlace lanza un suspiro de alivio y expone sus dientes mientras sonríe.
“Después de 12 horas de operación, tiempo en que tuve que abrir la cabeza y retirar el cerebro para remover la masa tumoral, al final reconstruí el rostro de la pequeña. Dos años después la volví a ver y lucía como si nada. Estaba contenta, jugando”.
Lo mismo sucedió con una mujer de 70 años, quien tenía un tumor en el pecho. Lo extrajo, pero su corazón y pulmones quedaron expuestos. Fue entonces que el médico colocó unas barras de titanio para dar estabilidad a la caja torácica y selló la operación con un implante de músculo y piel en la zona afectada para devolverle su fachada.
Y así pasan las imágenes del antes y después de las personas a las que ha atendido, a las que a más de devolverles su estética, reparar lesiones, les resucitó la esperanza por vivir y les reconstruyó la autoestima, una que a muchos los tuvo al borde de la muerte emocional.
Herencia.
Este médico proviene de una familia de doctores. La pasión por la microcirugía la heredó de su tío materno. También realiza intervenciones en un hospital público y en Solca.
Cifra
40 % de sus pacientes padeció de cáncer y tuvo lesiones en su cuerpo debido a la presencia de la enfermedad.