Una experiencia en parapente para conocer Quito desde lo alto
Los vuelos en parapente sobre la urbe y los valles son una tendencia en auge. Cinco empresas ofrecen
“¡Es ahora! ¡Corre! ¡Corre!”, grita Roberto Navarro, instructor de parapente con más de dos décadas de experiencia. Son las 10:00, y tras dos horas de espera, el viento finalmente está en la dirección adecuada para emprender el viaje.
El punto de partida es la cima del cerro del Auqui, a 3.020 metros sobre el nivel del mar. Desde ahí se puede observar el imponente volcán Cayambe, el valle de Cumbayá a un lado y el valle de Los Chillos a lo lejos. Un paisaje que invita a ser admirado.
Antes de salir, Navarro, propietario de la Escuela Parapente Quito Ecuador, explica el proceso detalladamente: se necesita ropa cómoda y zapatos tenis. El uso del casco es obligatorio y el arnés que se coloca sobre el pasajero, y que tiene un airbag adicionado en la parte trasera, no debe ser manipulado durante el vuelo. De ahí, lo único que falta es el impulso.
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“No hay que parar de correr ni siquiera cuando el parapente ya despegó, porque sino se pierde velocidad e impulso”, comenta el experto.
La señal para volar la dan los banderines que están colocados al final de la pista. Una vez que estos apuntan en la dirección correcta, es hora de correr montaña abajo y aguardar el arranque de adrenalina que anuncia el inicio del viaje. Una vez en el aire, Navarro, con su pericia y experiencia, maneja el parapente con maestría, haciendo del vuelo una experiencia segura y placentera.
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Leer másÉl indica que el cerro del Auqui está ubicado al este de Lumbisí de Cumbayá, y que el vuelo es a una altura de 2.450 metros. Entre el Auqui y la zona de aterrizaje en Lumbisí hay 3 km y el trayecto dura alrededor de 15 a 20 minutos, tiempo suficiente para admirar el paisaje.
La vista desde arriba es impresionante. Casas gigantes con arquitectura moderna, rodeadas de áreas verdes, piscinas y canchas de tenis se extienden sobre el paisaje. Los autos atraviesan la ciudad como si estuvieran en una pista de juguete. A lo lejos, se divisa la punta del volcán Cotopaxi, el reservorio de Cumbayá e incluso el aeropuerto Mariscal Sucre.
En promedio, unas 300 personas disfrutan de esta mirada de la capital y lo valles, pues los vuelos en parapente son una tendencia que gana cada vez más adeptos en Quito. Treinta pilotos certificados ofrecen este servicio, distribuidos en cinco empresas que cubren rutas desde las faldas del Pichincha, Guayllabamba y Lumbisí.
Así lo explica Jesús Trejo, propietario de Andes Parapente. “Hasta el 2020, la mayor parte de la clientela que buscaba esta experiencia era extranjera, pero desde la pandemia, las visitas son en un 70 % de quiteños y de visitantes de otras provincias. Sobrevivir a esa época ha cambiado mucho la perspectiva, y ahora la gente se arriesga más, tiene menos miedo y quiere vivir cosas nuevas”, dice.
El piloto venezolano llegó al país hace una década, y desde entonces se ha dedicado a promocionar este deporte y a realizar vuelos semanales con grupos de hasta veinte personas.
El experto asegura que no hay restricciones de edad para los valientes que se suman a la experiencia.
“Los fines de semana vienen familias enteras y hasta los niños vuelan. Personas de la tercera edad, igual. Tuve un cliente de más de 75 años”, cuenta.
Sin embargo, sí existen restricciones de peso, pues por seguridad los pasajeros no deben pesar menos de 30 kilos o más de 100 kilos. El costo promedio del vuelo varía entre los 60 y 65 dólares.
Curiosamente, los instructores concuerdan en que más del 50 % de sus viajeros principiantes son mujeres. “Las mujeres son mucho más arriesgadas y valientes que los hombres. La mayoría de ellas llegan solas. A veces vienen con sus parejas, pero solo ellas se lanzan, y ellos las esperan abajo”, manifiesta Kevin Reyes, del Club del Vuelo Libre Parapente Ecuador Explorer.
La actividad también suele marcar ocasiones especiales en las vidas de los pasajeros, como graduaciones, cumpleaños y pedidas de mano.
A esta tendencia se sumó Paola Mazur, de 25 años, quien llegó hasta el cerro del Auqui para celebrar el fin de su etapa universitaria. “Siempre dije que cuando me graduara tenía que hacer algo loco para celebrarlo, algo que marcara el fin de un ciclo súper difícil”.
Johana Solano, de 37 años, en cambio, llevó a cabo el vuelo para marcar el fin de un extenso proceso de divorcio.
“Fue una situación tan conflictiva, tan cargada de sentimientos negativos, que una vez que se terminó, sentía que había que librarse de todas esas emociones de una manera saludable y que pudiera recordar con alegría”, afirma.
Kevin Reyes
El auge de las redes sociales como TikTok e Instagram también han impulsado al parapente, pues los vuelos incluyen fotos, videos y la posibilidad de hacer el salto con una cámara en mano, a través de la cual los usuarios pueden inmortalizar el momento.
Tras los quince minutos en el aire, es hora de aterrizar. Una de las indicaciones para ello es que el pasajero eleve las piernas y que deje que el piloto se encargue de maniobrar los controles.
Este aterriza sentado. No se siente el golpe, pues el airbag se activa conforme uno se acerca al suelo, lo que evita posibles daños o moretones. Sin embargo, ya en el suelo una mezcla de sentimientos envuelven al pasajero. Hay alivio, sí, pero también ganas de repetir la experiencia otra vez en la capital ecuatoriana.
La mancha urbana, una problemática a futuro
Y si bien la creciente acogida de esta actividad es algo que anima a los instructores y a los seguidores de este deporte, tienen claro que, a futuro, habrá un reto principal para el parapente en Quito: la expansión de la mancha urbana en los valles.
“Hace unos quince años se volaba y aterrizaba en Puengasí, pero el crecimiento del Valle de los Chillos puso fin a los vuelos porque ya no había dónde aterrizar cuando la zona se pobló. Este es un problema que vamos a tener pronto, conforme Lumbisí se siga poblando”, señala Trejo. “Durante nueve años tuvimos un lindo espacio de aterrizaje que hoy ya está en construcción. Entonces somos conscientes de que para continuar, tendremos que ir alejándonos de la ciudad”.
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