Un hálito para la librería Autónoma
El hábito de leer tiene sus seguidores en Quito y crecen las alternativas de compra. La pandemia y el exceso de pantallas resultaron positivas
Un tránsito de la desolación a la esperanza. No hay un cálculo, pero la reactivación de las actividades pospandemia vino acompañada de un resurgir e incremento de las denominadas librerías independientes que se encuentran en diferentes puntos y espacios de Quito.
Son las seis de la tarde de un viernes cualquiera y el reguetón compite en volumen con la bachata en el corazón de La Mariscal. Entre los bares y restaurantes llama la atención la decoración de libros y discos de vinilo colgados en el techo de la Librería de la Foch. A su propietario, Bryan Erazo, de 29 años, le advirtieron que no era buena idea abrir una venta de libros tras la pandemia. Primero ‘porque el ecuatoriano no es buen lector’ y porque ‘a la zona se va a farrear y no a leer’. No lo persuadieron, y un año y medio más tarde de la apertura ha conseguido una clientela diversa que incluye universitarios, turistas y uno que otro farrero.
“Lo que he visto y sentido es que tras la pandemia surgió una necesidad del libro físico. Todo fue digital en los dos años de encierro y la gente se cansó de eso. Pero también es verdad que la situación económica golpeó y por eso tenemos diferentes opciones en precios, pero también en temas. Lo importante es leer”, dijo Erazo.
La última encuesta sobre hábitos de lectura del Instituto Nacional de Estadísticas y Censo (INEC) data de 2012 y ubica a Quito como la cuarta ciudad del país en la que más se lee, detrás de Guayaquil, Ambato y Machala. El 24 % en la capital dijo que no lee hace una década.
La música retro aún palpita en la capital
Leer másMarcelo Recalde, de la librería Conde Mosca, que nació en 2016 y se ubica en la 12 de Octubre y Orellana, no es adepto a esas mediciones porque dice que, más allá de lo que se diga y del poco o ningún interés de las autoridades por impulsar este hábito, en la capital hay un importante nicho de lectores y la tendencia es a “explotar” en cualquier momento.
Prueba de aquello sería el aparecimiento de nuevos espacios de compra, venta e intercambio de libros. A muchas librerías les ha tocado reinventarse siendo, a la vez, cafeterías, galerías, espacios para otras manifestaciones artísticas o creando clubes de lectores que, tras el fin del confinamiento, aumentaron en seguidores.
“Las librerías independientes somos el contrapunto de las comerciales que existen con todo derecho y tienen su nicho. Nosotros buscamos al lector de literatura de fondo. Aquí se pueden encontrar libros que son primeras ediciones o con alguna particularidad. Además, el librero es más cercano a la hora de recomendar títulos, especialmente a principiantes”, señaló Recalde.
El ruido de los autos, motos y buses, en la intersección de la avenida Coruña y Toledo, en la Floresta, se disipan cuando se atraviesa la puerta de El Oso Lector (2013), una librería que, a primera vista, parece especializada en niños, pero en realidad posee literatura ilustrada que atrapa a cualquier edad.
Librerías independientes y editoriales alistan una “ruta lectora” en bicicleta
Leer másCarolina Bastidas, propietaria, ve con optimismo el incremento de librerías pequeñas en diferentes puntos de la urbe. Reconoce que en 2020, cuando se empezó a retomar la nueva normalidad, se sintió un creciente interés por acceder al libro físico, aunque desde 2021 se experimenta un frenazo, lo que se agudizó con el paro de junio.
“Las dudas sobre el futuro de los libros en físico no son nuevas. Las vengo escuchando desde finales de la década de 1990, pero creo que perdurarán. En la pandemia vimos que la tecnología no es la respuesta para todo y volver a lo simple es una forma de escape”, señaló Bastidas.
Para redondear este auge de lectores, la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) desarrollará, entre el 13 y 16 de septiembre, la 53ª edición de su Feria Internacional del Libro, luego de dos años de suspensión. Espacio que libreros como Recalde esperan supla a la alicaída Feria Internacional del Libro de Quito que tuvo desde su primera edición, hace más de una década, problemas de toda índole, pasando desde lo político a lo presupuestario y logístico.