En Quito, la heladería San Agustín vive y fascina
Con 164 años de historia sigue deleitando con helados de paila y platos típicos de la época colonial. Se reinventó y logró sobrevivir a la pandemia
Es como ingresar a un museo. Desde la calle Guayaquil, en el Centro Histórico de la ciudad, dos angostas puertas con estilo colonial nos adelantan todo lo que se puede encontrar en su interior. En un espacio de más de 300 metros cuadrados, con tres pisos se levanta este local comercial que tiene historia y gastronomía.
Su creación data desde hace 164 años como una heladería - restaurante. Pero, en 1739 se construyó la casa para que funcione una ‘pulpería’, un lugar en la época donde se comercializaban granos secos, chicha, aguardiente, hierbas medicinales, etc. Para 1858, según registros de los primeros pagos al cabildo, se detallan los cambios para pasar a convertirse en heladería y restaurante, donde además también se vendían dulces.
Andrés Chaguaro es la persona que está al frente del negocio hace 17 años. Ahora con 40 años de edad, cuenta que está feliz de seguir contribuyendo para preservar la historia del lugar y deleitar a los turistas locales y extranjeros.
Lo bonito de aquí es que es un lugar de todos. Se juntan todo tipo de personas (políticos, artistas) no hay clasismo.
“Yo soy la sexta generación. Es un orgullo y una gran responsabilidad, porque esto es de los quiteños, es patrimonio. Cuando nos visitan los clientes se quedan admirando cada una de las obras que tenemos, tratamos de que a más de complacer el paladar que cada quien se lleve un pedacito de historia del lugar y de nuestra querida capital”, comenta Andrés.
Reinventarse para sobrevivir. Con el confinamiento de la COVID-19 la heladería San Agustín enfrentó un duro proceso para mantenerse y no cerrar como muchos negocios aledaños en el Centro Histórico. Hubo reducción de personal y, obligatoriamente, tuvieron que aplicar el servicio de entrega a domicilio. Un proceso un poco complejo debido a la comida que ofrecían, pues no todos los platos o dulces podían ser trasladados y llegar intactos; buscaron una plataforma móvil y comenzaron a trabajar bajo pedido. Hoy, el servicio ha sido perfeccionado y se mantiene vigente.
No obstante, ahora deben enfrentarse a la soledad del Centro que empieza desde las 17:00 todos los días, un hecho perjudicial. “El Centro Histórico está muriendo cada vez más temprano. Ya no es una zona habitada por familias. Los turistas se hospedan en hoteles de gran categoría, pero de noche no pueden salir por la soledad en sus calles y lo que genera una percepción de inseguridad”, dice su propietario.
Nos encantan los helados de paila y los ceviches. El lugar es lindo por su decoración, porque nos pone en un ambiente de antaño.
Esta heladería tiene más de 20 obras de arte entre esculturas y pinturas que datan del siglo XVIII y XIX. Muchas de ellas reposaban en los hogares de varios miembros descendientes de la fundadora, pero tras una iniciativa que contó con el respaldo del Ministerio de Patrimonio y Cultura, se pudieron llevar los objetos al establecimiento y ahora están en exhibición.
“Gracias al apoyo estatal ahora las pinturas y esculturas tienen chip y el catastro de todos los bienes. ¿De qué te sirve tener este patrimonio encerrado en una casa?”.
Gastronomía que se rescata. Aquí se ofrece una variedad de sabores en helados, pero que dependen de la época estacional y cosecha de frutas. Pero, los tradicionales no pueden faltar. Frutilla, mora, guanábana, “vienen de la mata a la paila”, dice. En cuanto a platos fuertes, el seco de chivo es uno de los preferidos de la casa, aunque no es originario de la capital, aquí le han puesto el toque capitalino.
Además, aquí se usa mucho el calendario religioso católico, por decir: en Cuaresma se preparan dulces característicos, en Semana Santa la fanesca, para las festividades de Corpus Christi se vende ‘rosero’ (bebida indígena ancestral con frutas, maíz, hierbas medicinales), para fieles difuntos se prepara el tradicional pan de muerto con la colada morada. Y así, con otras conmemoraciones propias del catolicismo.
Quito: el centro con sus caras ocultas
Leer másAndrés cuenta que, durante la colonia, mucho antes de que existan las carreteras, comer mariscos en Quito era imposible. Un cargamento de la Costa podía demorar en llegar hasta 30 días. “Una vez trajeron conchas, el tren se averió y estas cogieron un sabor raro. Se cocinaron, pero la gente ya no las quería comer curtidas, entonces decidieron cocinarlas y por eso yo les llamo los ceviches quiteños, porque aquí las preparamos así. Y así con otros platos, los comenzaron a andinizar y darle ese toque con ingredientes propios de la Sierra y hasta ahora los mantenemos”, cuenta.
Una vestimenta característica. Al llegar a la heladería pareciera que quien atiende es un franciscano, pero no. Es su propietario que luce una vestimenta similar, a veces de cucurucho o incluso, hasta de diablo.
La atención es de lunes a domingo, de 09:00 a 17:00. Ofrecen también sus servicios para eventos corporativos y familiares.
Obras de arte
En la heladería se cuenta un poco más de 20 obras entre pinturas y esculturas que datan de los siglos XVIII y XIX. Cuentan con un sistema de rastreo en caso de ser sustraídas.