
Quito: Una joya escondida en la biblioteca de San Agustín
Un tesoro patrimonial lucha por no desaparecer. La biblioteca, con más de 21.000 libros históricos, ha sido rescatada
Mientras Quito crece hacia arriba, una joya patrimonial lucha por no desaparecer en el olvido. La biblioteca de San Agustín, con más de 21.000 libros históricos, ha sido rescatada luego de años de abandono.
Entre muros antiguos y estantes de madera restaurada, en pleno Centro Histórico, reposa uno de los patrimonios más olvidados de la capital: la biblioteca del convento de San Agustín. Ubicada en la calle Chile, aquí, en silencio, se guardan los textos patrimoniales. Muchos tienen siglos de historia. Fueron testigos de la Colonia, la Independencia y la República. Y casi se pierden en el olvido.
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Fundación Conservarte
Pero desde 2017, un grupo de personas decidió que eso no podía ocurrir. La Fundación Conservarte Ecuador, junto con la Comunidad Agustina, emprendió un proyecto dividido en tres etapas. Primero se realizó una intervención de emergencia para salvar a 300 libros que estaban en grave estado, gracias al Fondo del Príncipe Claus de los Países Bajos.
Luego vino la restauración arquitectónica de la biblioteca. Y, finalmente, el equipamiento técnico, con estándares internacionales, para conservar este tesoro en las mejores condiciones posibles.
El director de la fundación, Ramiro Endara, cuenta que el impulso inicial fue clave. “Fue un despertar. La comunidad se sensibilizó cuando vieron que ese primer rescate era posible. Entonces aportaron $70.000 para restaurar la biblioteca”.
Para la tercera etapa, se ideó una solución que combina estética y conservación: estanterías metálicas con acabado de madera, cumpliendo con las normas del Instituto de Patrimonio, que prohíbe el uso de madera natural por ser un material orgánico que daña los libros.
El resultado es impresionante. La Biblioteca Basilio de Rivera, heredera directa de la Universidad de San Fulgencio, es única en el país.

El silencio impone respeto
Y lo es por muchas razones. Es la única biblioteca conventual del Ecuador que estuvo abierta al público durante la época colonial, entre 1603 y 1786. Además, es parte del legado de la primera universidad del país. Un orgullo profundo para Quito, ciudad que no solo fue capital política, sino también ciudad del conocimiento en América del Sur.
Entre sus tesoros más valiosos está un cantoral (libro de coro usado en iglesias) copiado a mano en 1627, sobre pergamino, con cubiertas de madera forradas en cuero. Antes de ver estos libros, basta con entrar para sentir que se ha cruzado un umbral en el tiempo. El silencio impone respeto. Huele a historia, a cuero envejecido, a pergamino antiguo. Es una atmósfera sagrada: uno camina entre el conocimiento que nuestros antepasados usaron para pensar, debatir, enseñar. Es imposible no sentirse tocado por el peso del pasado.
Una nota manuscrita en su última página registra el nombre del copista y del superior del convento de ese año. Este volumen reproduce el oficio divino en latín, con notación musical gregoriana, para la festividad de San Agustín. En 2027, cumplirá 400 años, como un símbolo vivo del patrimonio ecuatoriano. También se conserva un post incunable impreso en Salamanca en 1502, 32 años antes de la fundación de Quito. El libro más antiguo registrado hasta el momento.

Según José María Salazar, filólogo español de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, “en España, sumando todos los pueblos, no hay más de 20 cantorales. Y aquí, en Quito, tenemos 32 en un solo lugar”. Son libros de gran formato, iluminados con pan de oro y óleo, que aún esperan restauración. Cada uno requiere tiempo, inversión y cuidado experto.
“No hay libros iguales en el mundo”, afirma Endara. Allí descansan textos en latín y español sobre teología, matemáticas, medicina, gramática, geografía, poesía, y hasta manuales para arreglar relojes antiguos. Los ejemplares llegaron por mar desde Europa hasta Cartagena, y desde allí fueron transportados a la capital en lomos de mula.
Pero el trabajo está lejos de terminar. Conservar un libro de estas características puede costar hasta $60.000, considerando restauradores, materiales, tiempo y procesos técnicos. “Cada libro necesita fumigación, registro, inventario, catalogación, digitalización. El inventario actual es básico y no está en formato digital. Es una tarea enorme”, dice Endara.
El padre Carlos Urbina, rector de la iglesia de San Agustín y superior de los agustinos, recuerda que la ciudad tuvo tres universidades coloniales que funcionaban al mismo tiempo durante 88 años: la de los dominicos (Santo Tomás de Aquino), la de los jesuitas (San Gregorio Magno) y la de los agustinos (San Fulgencio). “Por eso Quito era fuerte intelectualmente. Somos herederos de un patrimonio bibliográfico único y excepcional para el mundo”, afirma.
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La comunidad trabaja ya en un protocolo para abrirla a la ciudadanía, con el fin que todos los quiteños accedan a este espacio que guarda su historia.
Mientras Quito se moderniza, en esta iglesia silenciosa se guardan los libros que nos enseñaron a leer como país. La Biblioteca Basilio de Rivera no es solo de los agustinos. Es de todos. Es motivo de orgullo. Visitarla y cuidarla es una forma de reconocernos en lo que fuimos… y en lo que aún somos.