'Las niñas del naranjel', una crítica al colonialismo y a la explotación
En ‘Las niñas del naranjel’, Gabriela Cabezón Cámara le da un giro a la vida de Catalina de Erauso, la Monja Alférez
“La conquista no se acabó. Aunque se considere que oficialmente la conquista terminó cuando los Estados latinoamericanos se independizaron de España, esos Estados son coloniales y colonizados a la vez”, reflexionó Gabriela Cabezón Cámara ante una nutrida audiencia en la capital.
Chile y un ladrón de autoficción
Leer másLa escritora argentina llegó a Quito en el marco de la Feria Internacional del Libro, en la que participó en varios encuentros con autores y lectores y en una entrevista con el también escritor Esteban Mayorga.
Cabezón Cámara, reconocida por novelas como ‘La Virgen Cabeza’ y la premiada ‘Las aventuras de la China Iron’, aprovechó la oportunidad para conversar con sus lectores sobre ‘Las niñas del naranjel’, obra que se publicó el año pasado con el sello Random House.
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En ella, la escritora toma como protagonista a Catalina de Erauso, la Monja Alférez, una niña que creció en un convento, que huyó a los 15 años y cuyas aventuras la llevaron a sitios como Bilbao, Valladolid y Sevilla, donde se enroló como grumete en un barco en camino al ‘nuevo mundo’.
Pero no por su condición de mujer, Catalina, o Antonio, como se hacía llamar, era un personaje lleno de empatía.
“Es un personaje desagradable. Es un criminal, es una porquería, un personaje de una picaresca del horror. Esto es lo extraordinario, lo canalla, lo valiente, lo genocida, porque participa de la conquista de la Araucanía, y le premian por eso, por su valor al cometer atrocidades”, le dijo a EXPRESO.
Gabriela Cabezón Cámara,
Escritora
Sin embargo, en la novela la autora no explora solo el rol de Antonio en la conquista, sino también la de cuidador, pues en su afán de huir de un cartel donde estaba retenido, Antonio también libera a dos niñas guaraníes (Michi y Mitãkuña), que tienen hambre y voracidad por hacer preguntas, y a quien este considera abandonar en varias ocasiones.
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“En ciertas entrevistas me han preguntado sobre el rol de cuidador que ejerce Antonio con las niñas, y me da curiosidad porque vale la pena preguntarse quién sostiene a quien a lo largo de la historia”, dijo la autora.
Para Cabezón Cámara, volver a esta época histórica es también una forma de hablar del presente, de la conquista y el colonialismo, en cómo han perdurado hasta el día de hoy.
“La supuesta libertad de los Estados latinoamericanos no acabó con el colonialismo y la conquista. Después los Estados latinoamericanos han seguido masacrando a los pueblos originarios, han seguido tratando a esos pueblos como a moscas, no como a seres humanos. En la época de Antonio era por oro, ahora es por madera, por petróleo. Es lo mismo. El exterminio de los pueblos originarios es el exterminio de la humanidad. Ellos están primeros en la línea de la guerra, son las primeras víctimas”.
Tampoco es optimista con el futuro. “A lo mejor esa conquista se termina cuando se termina el mundo. Porque está íntimamente entrelazada con lo que es el capitalismo, con lo que es el extractivismo. Y eso no estamos logrando pararlo aunque sea de interés para toda la humanidad”.
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Una curiosidad de la novela es su lenguaje, que esta construido a través de tres gramáticas: el español, el guaraní y el euskera.
Justo por ello, la autora se refiere a la obra como su novela más compleja. “Es la que más trabajo me pidió en la vida. A mí me sale fácil la primera persona. La tercera persona me cuesta y también los diálogos me cuestan mucho y esta novela está llena de diálogos”, explicó.
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