Una noche en el cementerio, tradición en el norte de Quito
Rezo, comida y música sirven para soportar el frío de la madrugada Para ellos, es el momento perfecto para recordar a los seres queridos que partieron
María Clavijo llegó al cementerio de Pomasqui pasadas las 20:00. De lento caminar y portando seis ramos de flores, la señora de 74 años avanzó hacia unas tumbas sin nombre. Se detuvo, prendió unas velas y mientras derramaba un par de lágrimas acomodó las rosas. “Aquí están mis padres, mi esposo, mis suegros y mis hijos”, contó con tristeza, mientras desde el fondo del pasillo se escuchaba la canción ‘Dios de amores’.
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Leer másPara ella, esta fecha es una de las más difíciles porque recuerda todo lo que ha perdido. Sin embargo, sigue adelante y mantiene una tradición que heredó desde niña: visita el camposanto por las noches.
“Desde que tengo memoria siempre venía con mis familiares a estas horas. Dicen que en otros lados no es así, pero yo siento que está bien”, indicó.
Nadie recuerda el origen. Enrique Carrera Jiménez, de 80 años, dice que cuando tenía 17 años ya lo hacía. “Antes de eso no tengo registro, no sé si mis padres no me traían o no había. Pero sí le puedo asegurar que son más de 60 años que he venido en las noches para visitar a mis familiares”.
Ambos coinciden en que este horario es el mejor, porque da el verdadero significado a la palabra velación. Además, durante el día hacen otras cosas.
“Vine toda la semana para arreglar las tumbas de los míos. Ahí aproveché para hablar con mi padre y pedirle que me lleve cuando vea que acá ya no me quieren. Le pedí una mano”, agregó Carrera.
La velada en el cementerio es algo que se ha vuelto costumbre hasta para quienes llegaron a vivir desde otros lados. Así lo reconoció Silvana Pacheco, quien acudió acompañada por su esposo y amigos.
Vivo en esta parroquia desde hace 35 años. El primer año que me pidieron venir en la noche me llamó mucho la atención porque en el centro no es común. Pero ahora siento que es lo correcto. Además, aquí está mi madre y vengo a acompañarla
Las visitas nocturnas durante el 1 de noviembre ya son parte del programa religioso parroquial. Incluso, antes de que los creyentes vayan a las tumbas de sus respectivos familiares se oficia una misa en el callejón central del camposanto.
Después de ello, cada persona lo celebra a su manera. Algunos van con serenata. Entonar un acordeón, una guitarra o simplemente cantar a capela es suficiente para rendir homenaje a los ausentes. No necesariamente son canciones religiosas, también se interpretan las que fueron favoritas de la persona en descanso eterno.
Es costumbre que en los días previos a la conmemoración de los difuntos, los parroquianos acudan a este lugar para arreglar las tumbas, ya sea pintando, barriendo, cambiando las flores o limpiando los vidrios. Pero en esta oportunidad el trabajo fue algo más minucioso. Muchos tuvieron que invertir en placas de aluminio para reponer las que fueron robadas semanas atrás.
Como lo contó EXPRESO, de este sitio se llevaron las protecciones de más de 80 tumbas, para venderlas a las fundidoras de metal.
“Tenía mis dudas sobre gastar en otra puerta porque nadie me garantiza que no vuelvan a robar, pero tampoco podía dejar la tumba de mi hermano tan vulnerable”, expresó con resignación Manuel Paredes.
Después de todo, para él lo más importante era acompañarlo durante la noche, tal como lo hacían años atrás, cuando iban a visitar a sus padres.
Y así, entre cánticos, rezos, lágrimas y momentos de silencio, pasaron las horas en el cementerio de Pomasqui. Algunos se retiraron en la madrugada, pero otros se quedaron hasta que salió el sol, como una prueba del cariño que profesaron cuando vieron partir a los suyos.
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