Lo que pasa en la Ajaví... se queda en la Ajaví
No hay casinos ni restaurantes de lujo, pero sí comida criolla y hostales para calmar a los lujuriosos. El cielo y el infierno se juntan
Es el cielo y el infierno en la Tierra. Es más linda y tranquila en el día. Pero se transforma al ocaso del sol. Y por las noches se vuelve pesada, fornicadora, farrera y drogadicta. Es la avenida Ajaví. Así la describen quienes la transitan.
Que esta arteria, ubicada en el sur de Quito, se parece a Las Vegas, de Estados Unidos, también es cierto.
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Leer másQue si Las Vegas tiene su Hard Rock Cafe, el Trump International Hotel o la réplica del Canal de Venecia, la Ajaví también tiene lo suyo: los pinchos de Don Giovanny, el Boston International Hotel (y otros 17 más de este estilo) y el parque temático de los tubos (que aún no se sabe en honor a qué o a quién lo construyeron), pero ahí están armando esa ‘ciudad’ del eterno pecado.
Con 2,2 kilómetros de longitud, esta amplia y ruidosa calle fue bautizada con el nombre de uno de los afluentes del río Taguando, que atraviesa Ibarra, en Imbabura.
Hacia 1980, la Ajaví fue el límite del sur de la capital; también tuvo la quebrada del río Grande, que tres décadas después fue rellenada y en 2013 se inauguró allí el renombrado Parque de los Tubos.
Actualmente esta avenida se conecta con otras dos: la Teniente Hugo Ortiz, por el este, y la Mariscal Sucre, por el oeste. Se enmarca entre hoteles, farmacias, discotecas, restaurantes y... más hoteles. Pero también con cinco barrios: Solanda, Quito Sur, La Gatazo, Cooperativa IESS-FUT y La Raya.
El calor es infernal. Son las 10:33. En el Parque de los Tubos, Carlos Rodríguez toma el sol, echado bocarriba. Dice “que hay que aprovechar la claridad del día, porque en la noche ya toca guardarse”.
Más adelante está Oswaldo Amaguaña (47), plomero y albañil. De domingo a domingo, desde las 07:00, Amaguaña ha ‘cachueleado’ en la zona durante dos años junto a otros siete oficiales. Solo hasta las 18:00. Después de eso, nadie se queda porque ya llega el “relevo”. Llegan “otros”.
Que en el día solo sale la parte blanca y en la noche cae lo turbio, insiste. Y que a veces es mejor no saber a qué se dedican los “otros”, pero que si por mala suerte pasa, él mejor cierra su boca.
18:00. Llueve desde hace dos horas. Los postes de luz se encienden en hilera, uno tras otro, y forman una calle de honor flotante sobre la Ajaví. Despierta el monstruo.
La noche se prende, el comercio se activa. Siete hoteles y 11 hostales ponen en ‘on’ sus extravagantes rótulos. En los anuncios móviles se lee: “A $ 6 la habitación. 4 horas”.
Siete farmacias, 5 asaderos, 9 panaderías, 10 estéticas y más de 15 restaurantes variados también se unen a la estruendosa iluminación. Ellos ofrecen otros placeres, ajenos a los carnales, pero placeres al fin.
De repente, un repique de campanas de la iglesia La Dolorosa, ubicada en la esquina de la calle Huigra y Ajaví, llama a los feligreses de la parroquia. A los impíos y devotos. A los puritanos y pecadores. A los penitentes y reincidentes.
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Leer másAntes de cruzar el umbral de la iglesia, sobre la pared hay un papel maltrecho y viejo: “Misas de martes a viernes, a las 18:00”.
Entre semana, llegan 60 personas a este templo, pero sábado y domingo “Dios triplica la cifra”, asevera el párroco Alexis Blanco. Se calla, respira y suelta: “Quiero creer que al menos en ese momento somos más que las ovejas descarriadas”.
Ya adentro, el sacerdote sube al podio y advierte que el sermón será de los pecados, del cielo, del infierno, de la redención, de las tentaciones… de esas que laten, que arden, que queman y que están ahí adentro como afuera. “Hay que evitar los pecados de la fornicación, adulterio, robo y gula”, pide el hombre de la sotana.
Después de 45 minutos de cánticos y rezos, regresar a la realidad es cuestión de minutos. “La lluvia nos purifica porque viene del cielo”, dice Guadalupe Pozo, quien está convencida de que la Ajaví es la avenida del pecado, no solo por la prostitución que se ve en las esquinas, sino porque los hoteles, la fiesta y la algarabía “incitan al libertinaje”.
El cielo se apacigua. Los vendedores de comida se ubican al filo de las veredas con sus restaurantes móviles (carpas, sillas y mesas de plástico). Ofrecen menestras, shawarmas, secos de todas las carnes, pinchos y más carnes.
Giovanny Shingle, un lojano que llegó a Quito hace dos años, vende pinchos. Para acompañar la ‘carne en palito’ ofrece arroz y menestra. Todo a 3 dólares. “La noche es mi aliada porque se despierta la ‘leona’, y cuando hace frío se vende más”, cuenta.
Son las 21:00. Dos cuadras de la Ajaví desprenden lujuria y desenfreno. Los tres hoteles y dos hostales, solo de esta zona, están copados. Automóviles, taxis y motocicletas colman sus parqueaderos.
Una de las propietarias cuenta que a diario recibe más de 25 parejas, entre jóvenes, adultos y viejos.
Dos horas después, dos parejas salen. La primera huye en un auto azul y la segunda se marcha tal como llegó: a pie. Quizás tienen 50 años. Quizás son esposos o amantes. Pero eso qué importa.
Ella manipula un paraguas que lleva en la mano. Él se cubre el rostro y camina junto a ella, sin tocarle siquiera la mano. A lo lejos se confunden con el contraste de la noche y sus cuerpos se fusionan otra vez en uno solo, y se disuelven.
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Leer másLas horas pasan y la historia se repite. Cada día, cada noche, en el mismo sitio, con similares personajes. Al final, la Ajaví seguirá ahí, más viva, despierta, presta para disfrutar del placer de lo prohibido. Porque lo que pasa en la Ajaví, se queda en la Ajaví.