Renacen Quitumbe y su zona rosa, en el sur de Quito
Hace seis meses, ese sitio del sur de Quito empezó a reactivarse. También despuntaron la delincuencia y la mendicidad. EXPRESO recorrió este sector
Yulexi Vásquez hurga en su memoria y recuerda lo que era, hace 10 años, la avenida Cóndor Ñan, en el sur de Quito. Comercial, farrera, movida, noctámbula. La zona rosa de este sector de la capital. Con la pandemia, esa realidad cambió. Pasó de ser el punto neurálgico de la diversión a un lugar prácticamente muerto.
Los 100 mil visitantes que recibía los viernes y fines de semana se extinguieron, así como cerca de 20 negocios. No todos. Unos soportaron la crisis. Se reinventaron. Y gracias a ellos, esta zona, que se había convertido en un ‘cementerio’, lleva ya unos seis meses en escalada hacia la reactivación.
Pero no todo es color rosa. Con el despunte del comercio y la farra, también han aumentado la delincuencia y la mendicidad, según los moradores. EXPRESO recorrió este sector para conocer su historia y, por supuesto, palpar la ‘movida’.
Quitumbe, parroquia a la que pertenece esta avenida, fue hace mil años un asentamiento inca, colonizado por uno de los hijos de Tumbe: Quitumbe Ñan. Y ahora, en honor a él, una de las cinco transversales de la zona lleva su nombre. Las otras cuatro (Huaira, Llira Ñan, Amauta, Otoya Ñan) también hacen referencia a héroes míticos de aquella época.
Según la historia, antes de la llegada de los españoles, este héroe civilizó y fundó pueblos, entre ellos Quito, y lo que hoy es la avenida Cóndor Ñan. Una que alberga a más de 40 mil habitantes, distribuidos en conjuntos habitacionales y casas independientes.
Clausuran local en la Zona de Rosa de Quito por incumplimiento de normas sanitarias
Leer másOcho cuadras la conforman. Pero solo a lo largo de cuatro (687 metros) se asienta la “zona rosa”. Una que se conecta con dos avenidas de similar importancia. Al este, con la Pedro Vicente Maldonado. Al oeste, con la Mariscal Antonio José de Sucre y la Terminal Terrestre de Quitumbe, principal estación de autobuses de transporte interprovincial. Y al norte, con la Plataforma Gubernamental y el Centro Comercial Quicentro Sur.
REINICIO LENTO
Hace frío. 12 grados centígrados. Viernes: 20:00. Restaurantes de comida americana, venezolana, ecuatoriana, bares, discotecas, hoteles y también estéticas que se asientan dispersos en este sitio cobran vida. Pero la hilera de luces no es continua. Se entrecorta con los locales abandonados.
Entre esa oscuridad se destaca el negocio de Yulexi. Un local de comida americana y bebidas ecuatorianas. Lo abrió hace seis meses para levantarse económicamente, después de una estafa (10 mil dólares invertidos en pirámides). Y también para no caer en depresión.
La creatividad en la preparación y presentación de los alimentos han hecho de su negocio uno de los más concurridos. Viernes y fines de semana vende hasta 150 platos. Y más de 180 micheladas.
Algo parecido pasa en “La casa del pan”, un restaurante venezolano. Empezó hace tres meses. Y ya es todo un éxito...
Así lo afirma su propietario, quien atareado por la clientela suelta que vende hasta 40 “pepitos” en una noche (tortilla gigante de maíz, rellena de media libra de carne molida y otras guarniciones), y más de 20 hamburguesas.
Pero la especialidad son los primeros. Miden 30 centímetros, dice Moisés Castañeda. Un asiduo comensal, quien da fe de la energía que le provee este producto, para aguantar su trabajo nocturno como guardia de seguridad. 100 metros más hacia el este, al pie de un semáforo, un grupo de jóvenes, de entre 19 y 23 años, discute si entra a una de las siete discotecas que soportaron la pandemia.
La inseguridad
En el otro costado, un hombre con un niño en brazos recorre la hilera de carros que se apuestan sobre la avenida Llira Ñan. Pide caridad. Cojea. Y sobre el parterre le espera una mujer con cuatro menores más. ¡Aparece la mendicidad!
Esta también es parte de la fachada. En menor grado que la delincuencia, afirma el mayor Patricio Ochoa, jefe de operaciones de la zona, quien corrobora la versión de Mónica Granja, una vendedora informal de pinchos.
Cuenta que desde las 22:00, el robo de celulares pulula. En moto o a pie cometen sus fechorías los bandidos. Aunque en la mayoría de casos, “se paran y amenazan a las víctimas”.
Las cifras de la Policía indican que en lo que va del año solo en esta avenida se reportaron 13 delitos. 6 robos a mano armada. El 70 % con armas blancas y el 30 % restante con armas de fuego.
Hasta mayo de este año, las autoridades ejecutaron 438 operativos. Decomisaron 73 armas blancas y 3 de fuego. Desarticularon a un grupo criminal dedicado al robo de domicilios, que también es otro delito recurrente, según Ochoa. 36 personas fueron capturadas en estos cinco meses.
En relación con 2021 hubo un incremento notable del delito. Entre 12 y 14 eventos más, agrega el uniformado. Para él, esto no se relaciona con la reactivación económica de la zona, sino más bien con la del consumo desmedido de licor y la afluencia en bares, discotecas y restaurantes. “Viernes y fines de semana es una zona conflictiva. La población flotante que nuevamente está llegando se suma a estos eventos. Y para brindar seguridad estamos activos con operativos continuos”, añade el Mayor.
22:00. El movimiento comercial baja. Y la fiesta se enciende en las discotecas. Quedan pocas, pero las suficientes para recibir a la gente que las visita, cuentan los administradores. Unas se asientan en una planta, de hasta 100 metros cuadrados. Otras llegan a los 200. Tienen tres pisos. Cuatro pistas de baile y promociones, como “una cerveza de cortesía” o “mujeres entran gratis”. Todo es válido para recuperar clientes... ¡como sea!
Según la Cámara de Comercio de Quito, las pérdidas económicas que enfrentaron los sectores productivos de la ciudad, entre ellos, los centros de diversión nocturna, ascienden a más de 7 mil millones de dólares.
100 mil empleos formales se eliminaron. Este sector fue el último en reactivarse. Pero pese a esto, los sobrevivientes regresaron. Unos aún mantienen los protocolos de bioseguridad. Otros ya los olvidaron.
Roxana Rivas es propietaria de una “disco” de la zona. Atiende hasta las 02:30. Y acoge hasta 500 personas cada noche. El servicio y buen trago ya no fueron suficientes para captar clientes.
Ahora su plus es un parqueadero. Lo construyó en un terreno contiguo antes de la pandemia. Y recién lo abrió. Porque esta es otra debilidad que tiene la zona: “No hay sitios para estacionar”, asiente.
Ella y decenas de comerciantes más solo guardan la esperanza de ser visitados por propios y foráneos. De reactivarse productivamente. De seguir vivos económicamente. Y volver a ser lo que un día fueron: la “zona rosa” del extremo sur de Quito. Una que late, pero bajito.