El arte de imaginar la cura del VIH
Nueve artistas latinoamericanos que viven con el virus se juntaron para crear una obra que empuja a hablar de esta condición
Era 1973 cuando el último paciente atendido en el Hospital Militar de Quito, situado en San Juan antes de que cerrara, falleció por causas relacionadas al SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida). 51 años después, en aquel espacio donde hoy se levanta el Centro de Arte Contemporáneo (CAC), se expone ‘Positiva’, una residencia en la que nueve artistas latinoamericanos que viven con VIH (Virus de Inmunodeficiencia Adquirida) imaginaron la cura de ese mal. Sí. Una cura donde el miedo es pasajero de la mano de pares. Una cura que mata-aniquila-destruye el estigma (y el virus). Una cura.
Los artistas, entre ellos dos ecuatorianos, fueron convocados para que convivieran durante una semana, entre el 25 y el 30 de marzo de 2024, en el pabellón donde está la exhibición. Conversaron. Reflexionaron. Y de aquella residencia (formato artístico), cuyo curador es Anthony Guerrero, y el productor es Ricardo Luna, nacieron obras punzantes. Francisco Suárez, coordinador del CAC, nos adentra en una habitación que encierra el arte, sangre, pastillas, más pastillas, miedo y dolor –por supuesto–, pero también esperanza, fortaleza. Y vida.
“El virus no se ve, ni se oye, ni se toca, ni se sabe. ¿Cuál es su olor? El virus tiene la forma que cada quien quiere darle (...) Hoy mi virus tiene la forma de la sonrisa de mi madre”, escribió Rodrigo Ortega. Es un fragmento de su poema titulado ‘Esto no es un virus’, plasmado en la pared y acompañado de una serigrafía que tiene la forma de la envoltura del VIH. Como escritor, él hizo ilustraciones de sus textos, como si fueran un diario visual.
Son mensajes que calan hasta los huesos, pero antes desgarran la piel y la carne. Así como una foto que cuelga en la pared de enfrente. Es un hombre acostado junto a decenas de cajas de antirretrovirales. No es el medicamento de toda una vida. Óscar Sánchez, otro de los artistas, debió tomarse esos fármacos en un año para mantenerse vivo. Su obra –un archivo fotográfico que va desde 1997 hasta 2024– expone la convivencia y el paso lento de enfrentarse a un mundo difícil que calificaba –califica– de forma peyorativa a la pandemia del VIH como el ‘cáncer gay’ o ‘la peste rosa’, al asociarla erróneamente solo con la comunidad LGBTI.
Un acceso a tratamiento caótico
En medio del pabellón resalta un ‘Conjuro’. La creación de Andrea Alejandro Freire, artista, hombre trans, ecuatoriano. Dice a EXPRESO que los objetos pueden contar la historia con una carga afectiva. Por eso, para su trabajo de titulación hizo una propuesta de teatro de objetos cuyo trasfondo era hablar de las mujeres trans y su participación en el proceso de despenalización de la homosexualidad en Ecuador. En ese tiempo, varias personas de la comunidad le obsequiaron cosas.
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Leer másAlgunas de esas cosas, como un libro, cámara de fotos, un diario… son parte de la obra del CAC. Pertenecieron a personas que murieron por causas relacionadas al SIDA y pertenecen a personas que viven con VIH. Para entender la diferencia entre los dos conceptos, el portal HIVinfo explica lo siguiente: “El VIH ataca y destruye a los linfocitos CD4 del sistema inmunitario que combaten las infecciones (...) Sin tratamiento, el VIH puede gradualmente destruir el sistema inmunitario, lo que causa deterioro de la salud y la aparición del SIDA”.
Andrea Alejandro continúa: “La manera de pensar un cura era más bien como pasear mi sangre en el mar, que en lugar de tener sangre, fuera agua de mar (por eso la sal marina en la obra)”. A su exhibición se suman cajas de luz con dibujos de paisajes, animales, siempre el mar –como una forma de conectar con la naturaleza–, pero con gotas de sangre. Su sangre con virus.
Habla también sobre la propaganda que se usaba en los años 80. “Tiene los ojos de su padre y el VIH de su madre”, reza un cartel con la foto de un bebé blanco, ojos azules. “¿Por qué la madre?”, se pregunta el artista. Pues esa era la maldita narrativa para discriminar. Y no ha cambiado mucho. Por eso, Andrea sentencia: “Sería chévere que exista una cura para el VIH, pero si la cura me va a hacer vivir más en este mundo racista, misógino, homofóbico, capaz no quiero”.
En Ecuador, 48.924 personas esperan la cura del VIH –mientras usted lee esta línea, probablemente el número aumentó–. Los primeros casos detectados en el país fueron en 1984. Y, según el Ministerio de Salud Pública (MSP), desde esa fecha hasta 2023 se han reportado un total de 79.746. En 2022, se diagnosticaron 5.142 nuevos casos; en 2023, 5.154.
Andrea Alejandro reclama que aún hay pacientes que mueren por causas relacionadas al SIDA. También revela que la pandemia fue una estocada para muchos, pues no había medicamentos y entraron a la fase SIDA. Murieron. Los que sobrevivieron aún enfrentan problemas para obtener sus pastillas. “En los últimos dos años ha sido caótico”, lamenta el artista, sobre todo para quienes residen fuera de Quito o Guayaquil.
Andrea Alejandro
Los antirretrovirales permiten que la carga viral sea indetectable y, por tanto, intransmisible. Brindan una mejor calidad de vida.
El MSP informa a EXPRESO que alrededor de 41.000 personas que viven con VIH reciben atención médica, tratamiento antirretroviral, exámenes de seguimiento... “El abastecimiento de medicamentos se lo realiza desde el nivel central a través del Fondo Estratégico de la Organización Panamericana de la Salud (...) A nivel nacional, el MSP cuenta con 51 unidades de atención integral de VIH ubicadas en hospitales de primer, segundo y tercer nivel de las 24 provincias”.
En 2023, hubo una inversión de más de 17 millones de dólares para la contención y tratamiento del VIH. En 2024, se tiene una planificación presupuestaria de 27,2 millones de dólares. Sin embargo, a la fecha se han asignado apenas 6,8 millones.
En negación
“Sangre contaminada”. Con esas dos palabras están membretadas decenas de bolsas llenas de líquido rojo. Son parte de la obra de Luis R. Herra, otro artista que recopila notas de prensa que demuestran cómo años atrás los medios de comunicación se referían al VIH/SIDA, las transfusiones sanguíneas y la hemofilia (un trastorno poco común en el cual la sangre no coagula con normalidad) con tintes amarillistas y estigmatizantes. Entretanto, Francisco, el coordinador del CAC, platica con un hombre que lo felicita por la residencia. Hablan del VIH.
Le cuenta que una persona cercana se hizo una prueba y sabía que tenía VIH desde hace diez años. Pero lo negó completamente. Comenzó a enfermarse constantemente. Hasta que finalmente aceptó que tenía el virus. En el marco de la residencia, donde también se hizo un conversatorio, él contó lo que había pasado y fue un momento muy emotivo, recuerda el coordinador.
Luego, continúa con ‘Positiva’. Esta vez, se detiene frente a una sábana bordada que le pertenece a David Jarrín, artista ecuatoriano. En su obra, la sábana no es cualquier sábana, sino la última en la que tuvo sexo. Una prenda íntima que sale al espacio público. Que muestra lo más sensible. En la residencia también están las obras de Lucas Nuñez, que construye nuevos textos –saludables– con los documentos informativos de los antirretrovirales; de Luis Coronel, quien se adentra en el espacio íntimo y el consumo de medicamentos; de Camila Arce, que nació con VIH (transmisión vertical).
También se presenta la performance de Juan de la Mar, que encarnó a la Virgen La Dolorosa, una de las figuras más representativas en la religión católica latinoamericana. Durante la residencia, recorrió el CAC con la vestimenta y maquillaje de la santa. Recibió ofrendas, que hoy se exponen en el pabellón, junto con un video. Se unieron los demás artistas. Se abrazaron. Lloraron. Y así terminó la convivencia. Pero no la lucha. Se debe hablar del VIH hoy más que nunca. Hay personas que tienen el virus y no lo saben. Tienen miedo. Pero Andrea Alejandro insiste en que la única “barrera entre ser seropositivo o seronegativo es un diagnóstico. Se acabó”. Hay vida. Y la vida sigue…
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