Vivir con el Cotopaxi: un temido y admirado vecino, a 42 kilómetros de Quito
Se ubica a 42 kilómetros de Quito y se reactivó en 2002. Mulaló podría ser la zona más afectada. EXPRESO recorrió y habló con comunidades próximas
“Así erupcione, no voy a huir. Aquí nací y aquí voy a morir, junto a mis cosas, mi tierra, mis animales, mi casa...”, suelta José Fernández, un ganadero de Mulaló- Latacunga, mientras retira con sus blancas y arrugadas manos la humedad que halla espacio en el contorno de sus ojos claros.
Cotopaxi emana columna de ceniza de un kilómetro
Leer másLa sola idea de una posible erupción del volcán Cotopaxi lo hunde en la desolación y amargura. Así como a otros 250.000 productores de leche, agricultores y ganaderos que se asientan en las zonas de riesgo.
En el caso de Fernández, lleva casi 67 años dedicado a las labores del campo. Desde que heredó 40 hectáreas de sus ancestros, toda su vida se volcó a los pies del coloso de los Andes. Pero más allá de las posibles pérdidas materiales que rebasarían los dos millones de dólares, los recuerdos le pesan y lo atan a este lugar.
Con esfuerzo y dedicación se consagró como uno de los hacendados más reconocidos y hoy tiene 125 cabezas de ganado con las que produce en un día hasta 1.000 litros de leche. Con esfuerzo, ingresó en el mercado quiteño, a través de una pasteurizadora, que procesa y distribuye su producto. Uno que quedaría anegado por la furia del volcán.
Con 1,70 metros de estatura y casi 70 kilos de peso, el octogenario hombre se planta frente al nevado que desde las alturas, a casi 30 kilómetros de distancia, lo azuza día y noche. “Es hermoso. Digno de admirar. El guardián de los campos, pero también el temor de todos nosotros. Ojalá fuese tan quieto como aparenta”, exclama.
La prevención del ciudadano ante el Cotopaxi es limitada
Leer másDe la última erupción que se registró hace 146 años, todavía quedan vestigios en los predios del octogenario hombre. Son rocas enormes, de material volcánico. Casi inofensivas, pero fulminantes por la fuerza con que fueron arrojadas.
Según el Instituto Geofísico de la Politécnica Nacional (IG), 700.000 personas serían las víctimas colaterales ante un evento eruptivo. De ellas, el 35 % sería el más afectado, por estar cerca del nevado.
También se ha identificado que el Valle de los Chillos, Latacunga, Mejía y Rumiñahui serían los cantones más vulnerables, por ser sitios por donde descenderían los lahares (mezclas de agua con una alta concentración de sedimentos y escombros de rocas volcánicas) que arrasarían todo a su paso.
Un poco más adentro, casi al pie del coloso, San Ramón, San Agustín de Callo, El Caspi, Santa Catalina de Churapinto y Ticatilín, comunidades de la parroquia rural Mulaló, correrían el riesgo de desaparecer, si la catástrofe fuese inminente, como en 1877, un año lúgubre para la provincia y para el país.
Miércoles. 10:30. Una vez de vuelta a la Panamericana Sur o E35, cerca de un desvío a un paradero, un rótulo se apuesta en el costado derecho: “Alerta. Zona de caída de ceniza. Encienda las luces”, indica.
La temperatura no supera los 12 grados. El viento sopla con fuerza y levanta un polvoriento camino de tercer orden que conecta a la comunidad San Agustín de Callo.
Un verde infinito de pastizales colorea el firmamento que llega hasta los flancos del Cotopaxi. Escasas y esparcidas reses hacen lo suyo en esa enormidad. Todo luce tranquilo, pero el temor se siente en la gente.
Érika Juiñia arrea a sus cuatro vacas, cultiva maíz y cuenta que el agua que atraviesa por la amenazante montaña es lo que ayuda a que todo luzca tan vivo.
“Cuando el volcán erupcione, de verdad la sequía nos matará si es que no lo hace la candela”.
Jaime Ramos, presidente del proyecto de riego Alumís y residente de la zona, corrobora el pensamiento de Juiñia.
El volcán Cotopaxi nuevamente emana gases y ceniza hacia el noroccidente
Leer másEl sistema de agua de riego con que cuentan más de 6.000 personas fue construido en 1960. La red nació en una vertiente del Timbuyacu y recorre 65 kilómetros. De estos, 40 rodean al Cotopaxi para llegar hasta las comunidades que se benefician de este líquido.
“Este sistema hídrico riega las enormes planicies, los cultivos de ciclo corto y también se usa el agua para que las vacas la beban. Ahora mismo, con la caída de ceniza que ha habido, el agua está contaminada. No tanto como para dañar los cultivos o la salud de los animales, pero sí hay residuos”, agrega.
En caso de erupción, estos canales se taponarían, incluso desaparecerían, aclara Ramos. “Necesitamos ayuda del Gobierno. Que inviertan dinero para mitigar en algo el problema, quizá construir compuertas para la contención. Necesitamos que se haga algo, porque hasta ahora no hay nada para nosotros”, explica.
A un costado del afluente, a casi 45 minutos en automóvil, se encuentra Óscar Toapanta, oriundo de San Agustín de Callo.
Sus ancestros nacieron aquí y él hizo lo propio. Sus tierras no son tan extensas. Las heredó hace unos años... junto al temor e incertidumbre que viene incluido en el paquete, por estar tan cerca del nevado volcán.
Es pequeño ganadero. Produce leche y vive de eso. Pero últimamente sobrevive, asiente. Porque “el Cotopaxi me respira en la nuca todo el tiempo”. Pese a eso, lo respeta, lo admira, pero también le teme. “Es hermoso. Con él nací, pero no voy a morir. Todavía no”, dice.
Para unos es belleza, para otros, una cumbre más por escalar y para los propios, los que lo respiran a diario, es ese inseparable pero incómodo centinela del que solo esperan compasión.