Nuestro propio metaverso
Nuestra vida cotidiana hace palidecer a los Huxley y a los Orwell por igual
Aquí y allá, ignorantemente se dice que el metaverso no existe aún. Es la afirmación tranquilizadora para quienes temen vivir en un mundo inmersivo creado por la tecnología.
Pero esto del metaverso no viene de hace pocos meses, cuando Facebook cambio su nombre a Meta. Ni comenzó con los encierros del COVID y las horas extra de pantalla.
Nuestra inmersión en la tecnología que nosotros mismos hemos desarrollado es una historia tan vieja como la civilización. Se discute cuando comienza, aunque a muchos les gusta retrotraerla al dominio del fuego; de allí todo ha sido un continuo en el que la tecnología parecería tener voluntad propia, como dice Kelly.
Del fuego salió la hoguera y de allí la palabra hogar. De la rueda la carreta y luego el carro; y sí que hemos pasado inmersos en hogares y vehículos. La burocracia misma es una tecnología: el Estado su versión más lamentable.
Lex Sokolin, jefe economista de Consensys, la ONG detrás del ecosistema de Ethereum (donde residen los metaversos más maduros y se rediseñan las organizaciones tradicionales del derecho civil), solo ríe y ejemplifica que esto no es nuevo: en el carro, en la calle o en el mall, vemos a personas absortas en sus dispositivos, desconectadas del mundo real. Escogen a quién seguir en sus redes, pero esas opciones son producto de un algoritmo, no de su albedrío. Reciben y responden mensajes de robots todos los días, hasta llamándoles por un nombre. Filtran la imagen propia que será publicada. Bailan tendencias impulsadas por robots, a ritmos cantados con sintetizador. Quien chatea o escrolea con frecuencia olvida el motivo por el que agarró su aparato en primer lugar. ¿No es inmersivo aquello? Más sorprendente aún es que todos los contenidos, horario y orden son seleccionados por inteligencia artificial. Y creemos que vivimos en un mundo de humanos razonables.
Algo así pasa en el Estado: corrupción campante a la que respondemos con memes; impuestos que suben mientras apreciamos sedados el espectáculo del día, sea este un tiroteo o las autoridades nacionales y seccionales en dimes y diretes sobre el futuro escolar de los niños. El metaverso ya existe.