
Ucrania pierde apoyo: EE. UU. y Rusia negocian un nuevo orden mundial
#ANÁLISIS | Desde Washington, la fatiga con Ucrania es evidente tras tres años de guerra con Rusia
Ucrania, que hasta hace poco era el símbolo del sacrificio occidental contra el expansionismo ruso, ha comenzado a desvanecerse en la niebla de la diplomacia pragmática. Estados Unidos, con la administración Trump retomando su conocido estilo transaccional, parece haber entendido lo que Rusia supo desde el primer día: la guerra es costosa y, para Occidente, los ideales no pagan las cuentas. Tras tres años de conflicto y cientos de miles de muertos, esas cuentas empiezan a pesar.
Desde Washington, la fatiga con Ucrania es evidente. El discurso de Zelenski, que antes lograba ovaciones y cheques en blanco, ahora encuentra miradas esquivas y cálculos políticos. Tampoco ha logrado consolidar un mando unificado sobre sus milicias, compuestas por una variopinta mezcla de ideologías, y los escándalos de corrupción en su gobierno, sumados a la falta de una estrategia clara para poner fin a la guerra, han erosionado su liderazgo.
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Trump, con su estilo inconfundible, lo ha dicho sin rodeos: Ucrania debe negociar, incluso si eso significa aceptar términos que hace un año hubieran sido impensables. No se trata de moralidad, sino de recursos, influencia y conveniencia. Y si algo ha aprendido el expresidente estadounidense de la política internacional, es que no hay alianzas eternas, solo intereses en constante reajuste.

La gran pregunta es: ¿quién ha ganado realmente en este conflicto? Rusia, que fue convertida en el villano absoluto, ha encontrado en la impaciencia de Occidente su mejor aliada. Putin sabía que esta guerra no solo se libraba con misiles, sino con la certeza de que las democracias liberales occidentales eran más discurso que realidad. Europa, cuya indignación inicial se tradujo en sanciones y apoyo militar, ha descubierto que la unidad tiene un costo, y no es barato.
Sin una estrategia más allá de evitar que Kiev caiga, sin una industria bélica fuerte y con una política energética debilitada por decisiones erradas—como el cierre de plantas nucleares, especialmente en Alemania—, terminó dependiendo de un gas estadounidense más caro y sin el suministro ruso que mantenía competitivas sus industrias. A esto se suma su creciente fragmentación interna, provocada por la incapacidad de definir prioridades y resolverlas, mientras la ultraderecha gana terreno aprovechando esos vacíos. Así, Europa ha quedado relegada a un papel de espectador incómodo mientras Washington y Moscú negocian en Turquía.
El distanciamiento de Estados Unidos de Ucrania no es un simple cambio de prioridades, es un giro en la política global. Para Trump, Ucrania es un activo negociable, no un socio incondicional. La última cumbre entre EE. UU. y Rusia dejó un mensaje claro: Europa ya no está en la mesa de decisiones. La idea de un bloque unido en defensa de la democracia se ha convertido en un susurro molesto en los pasillos del poder. Mientras Berlín y París intentan descifrar qué salió mal, Washington y Moscú ya han movido sus fichas. La prueba más evidente de este nuevo entendimiento es que, esta misma semana, ambos votaron juntos contra una resolución sobre la guerra en Ucrania.

Desde el inicio del conflicto, los minerales estratégicos de Ucrania han sido un punto de interés silencioso. La pregunta en el aire si Zelenski ha hecho un mal negocio o si simplemente no tenía otra opción al aceptar la propuesta de Trump, que otorga a Estados Unidos derechos de explotación sobre la mitad de las reservas minerales (sobre todo tierras raras que son el motor de la industria tecnológica). A cambio, recibirá una ayuda que evidentemente no traerá la victoria total, sino que, de facto, da por sentado que Crimea, Donetsk y Lugansk—territorios con mayoría rusa y tambien con ingentes reservas de tierras raras—pasarán a formar parte de la Federación Rusa.
Mientras tanto, en Moscú, Putin observa con la paciencia de un hombre que sabe que la historia se repite. Rusia, la paria de ayer, se convierte en el interlocutor de hoy. Estados Unidos, siempre pragmático, ya negocia. Europa, confundida y sin asiento en la mesa, empieza a darse cuenta de que en este juego no basta con indignarse: hay que saber jugar. Y en este tablero, contra todo pronóstico, la gran ganadora es Rusia.
El nuevo orden mundial se decide esta semana en lujosas salas de Turquía, donde solo tres potencias tienen voz: Estados Unidos, Rusia y China. En este mundo que se perfila, la democracia y la soberanía de los pueblos parecen no tener cabida.
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