Quito

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Imágenes. El padre Cabrejas señala las andas listas para salir el jueves, desde la iglesia de Santo Domingo, a la procesión del Silencio, en el centro.Leonardo Velasco

Semana Santa en Quito: cómo ha cambiado la fe y las tradiciones en los últimos años

En los recuerdos, en gestos y en las creencias populares, hay esperanza de que lo sagrado no se pierda

Hace unas décadas, en la segunda mitad del siglo pasado, hubo un tiempo en que Quito se silenciaba. No se escuchaban radios ni se veía televisión. La capital, literalmente, entraba en pausa. Era Semana Santa.

Las familias guardaban ayuno o modificaban su alimentación. Se hablaba en voz baja. Los niños no debían reír, hacer ruido ni bañarse en Viernes Santo, por temor a convertirse en peces, según las creencias populares. La procesión era un acto sagrado. La televisión, si se encendía, era exclusivamente para ver películas religiosas de Jesucristo y pasajes bíblicos. Nada más. Las radios solo emitían música clásica o sacra.

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Hoy, cuando llega el feriado, muchos hacen maletas, viajan, descansan. Algunos van a la playa, otros a la montaña, incluso rumbean. Las iglesias siguen abiertas, las misas se celebran como siempre, pero ya no todos asisten. El cambio no es exclusivo de Quito. Se repite en otras ciudades del país y del mundo. La Semana Mayor ya no se vive como antes. ¿Ha muerto la fe?

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¿Las costumbres en Semana Santa se mantienen?

Probablemente no. Tal vez simplemente adopta nuevas formas. Así lo dice el padre español Antonio Cabrejas, prior del convento de Santo Domingo, quien lleva 50 años en el país. Aunque no conoció directamente las costumbres del Quito de antaño, asegura que la piedad popular ecuatoriana se mantiene viva, especialmente en Semana Santa. “Es en este tiempo cuando el pueblo saca a relucir sus tradiciones: la fanesca, las procesiones, visitan las iglesias”.

Cabrejas también señala algunas prácticas que se han debilitado con el tiempo. Hoy la gente ya no acude tanto al sacramento de la confesión como lo hacía antes. Aunque las procesiones atraen multitudes, muchos ya no participan de la dimensión espiritual interna de la Semana Santa.

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Asistencia. Algunos fieles suelen usar celulares en misas y otras celebraciones de fe, como en el Arrastre de Caudas, en la Catedral. El gesto es cuestionado por religiosos.Karina Defas

El sacerdote observa además una desconexión generacional: donde hay personas mayores, persisten la fe y las tradiciones; pero las nuevas parejas parecen haberse alejado de ellas. Y añade una reflexión más amplia: “Lo que se ve en redes sociales, especialmente durante las campañas políticas, refleja una pérdida de valores cristianos. La difamación y la agresión contradicen lo que se supone vivimos como fe”.

La historiadora Susana Freire coincide en valorar el trasfondo histórico de los rituales. Dice que muchas personas asisten hoy a las procesiones y otros ritos cristianos, más por tomarse una foto que por fe, lo cual desvirtúa el sentido de estos actos. Para ella, esto es preocupante porque cuando se desconoce el origen de los símbolos religiosos, no se les respeta.

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Una procesión que atrae e impacta

Aunque la procesión de Jesús del Gran Poder es un emblema de Quito y atrae turismo, advierte que se corre el riesgo de convertirla en un espectáculo.

Piensa que falta mayor difusión sobre su significado: por qué los cucuruchos usan el traje morado, asociado con la penitencia, o por qué las mujeres visten de manera similar, acompañadas por la figura de la Verónica. Todo este simbolismo se enmarca en una representación histórica. “Yo tengo mucho respeto por los ritos religiosos. Cuando estudias la historia, entiendes el porqué de cada acto”.

Los adultos mayores son los que recuerdan los días de recogimiento y silencio. Alicia López, de 86 años, narra una Cuaresma completamente distinta a la actual. Antes de llegar a la Semana Santa, los fieles viven la Cuaresma, un tiempo de reflexión, oración y ayuno que comienza con el Miércoles de Ceniza y se extiende durante 40 días, como preparación para la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

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Los adultos mayores son los que recuerdan los días de recogimiento y silencioGustavo Guamán

“Desde la Cuaresma, todos los viernes íbamos al viacrucis en la iglesia. A veces se realizaba en las calles, con estaciones preparadas por los barrios. Se rezaba en cada una, reviviendo la pasión de Cristo paso a paso”, recuerda.

En su infancia, López vivía en la provincia de Carchi. Rememora que su abuela cocinaba fanesca y en grandes pailas de bronce alimentaba a unas 50 personas. Reunían a gente humilde del pueblo. “Era una costumbre que venía del corazón. No solo se ayunaba, se compartía”.

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En su memoria también están las impresionantes procesiones del Descendimiento y el Santo Sepulcro. “La gente lloraba al verlos pasar”. Durante el sermón de las siete palabras, que duraba cerca de tres horas, su abuela exigía silencio absoluto, otro ejemplo de reverencia. Era un momento solemne, nadie en la familia podía hablar.

Sin embargo, reconoce que los tiempos han cambiado. “Antes uno escuchaba misa en latín, con los padres (sacerdotes) de espaldas a los feligreses. No se lograba entender nada. Hoy las homilías llegan más profundo. La fe no se ha perdido, lo que ha cambiado es la forma de expresarla”.

Ellos coinciden en que la fe sigue viva. “Antes era pecado mortal no ir a misa. Hoy comprendo que la esencia está en uno, en la manera de vivir y actuar”, reflexiona López. Para Freire, lo que antes era mandato, hoy es decisión personal. La fe no desaparece necesariamente, a veces se transforma.

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